martes, 10 de abril de 2012

No-ve-l-d-ad


La cultura és com el sucre; encara que n'hi hagi poc dóna dolçor.
(La cultura es como el azúcar; aunque haya poca da dulzor)
Proverbio Catalán


- Buenas tardes a todos- Eyzaguirre se acomodó en su asiento frente a nosotros, tapando
apenas el borde de la gigantografía del anuncio de su novela, un cartelón de plástico
violáceo con su nombre en letras doradas. Otro de los detalles que seguramente él había
sugerido- En primer lugar les quiero agradecer su presencia, era muy importante para
mí y para la gente de Editorial Rex que hizo tanto por mí y por la novela que viniesen.-
Junto a él sentada recta como una estaca, su asistente (bah, la asistente que Rodríguez le
puso), una muchachita joven y de ojos rasgados dejaba caer su pelo prolijamente sobre
un traje negro.
El Gordo se ladeó hacia mi hombro y me dijo muy bajo- Este está encadenado a
la china, por ahí hasta se la lleva a la cama- apenas pude contener la risa. Rafael
Eyzaguirre luego de una retahíla de agradecimientos, pasó a lo importante- Convocamos
a esta conferencia en principio para presentar la novela, pero una circunstancia
extraordinaria nos trastocó la idea primaria. Voy entonces en primer lugar a contestar, y
refutar, la crítica aparecida en la revista “El correo del Czar”. La firma, casi burlándose
de nosotros, un hombre con el seudónimo de Capitán Reyes. La interpretación
de “El Eremita” que este hombre hace no sólo es errada, sino premeditadamente
malintencionada- el vasco acomoda la base del pequeño micrófono y se seca con un
pañuelo la ancha frente sudada- Nunca fue nuestra intención hacer una apología de las
drogas, en absoluto. Esta novela, que esta basada en una época difícil de mi vida, es una
búsqueda de un hombre por encontrarse con su propia verdad, con las marcas que su
alma lleva ocultas, con ese grito primal. Ni siquiera se hace alusión a las drogas, todo
lo que parece uso de alucinógenos está allí para mostrarnos lo alejados que estamos
de nosotros mismos y lo adormilados que estamos- cuando se pone hablar en tercera
persona me revuelve el estómago.

-Menos mal que tienen a ese arquero Cisneros- me dijo ladeando la boca en una sonrisa
irónica Nicolás- si no, se comían cuatro el domingo…
-Cuando nos hagan cuatro avisáme- le contesté sin demasiada creatividad- Además
seguimos punteros tranquilos. Tráeme un café, dale, laburá un poquito…¿vos que
querés Gordo? Entonces, dos cafés- el muchachito se perdió entre las mesas, con la
réplica frustrada mordiéndole los labios.
-El vasco se pasó de rosca- me dijo mirando la calle por el ventanal lacónicamente- era
evidente que esa era su historia en Perú. Todos lo sabíamos- se arremangó la camisa
amarilla. Traté de responder a su plática, buscando que dejara de mirar a una chica que
esperaba el colectivo en la esquina de Maipú y la Diagonal - Lo que es admirable es
la movida que hicieron los de Rex para limpiarlo al tipo de su aura maldita- Nicolás
me interrumpió dejándome los cafés y el Crónica abierto en la página de deportes “Un
virrey salvó a Ferro”, no respondí- A este lo conocemos hace rato gordo, sabemos que
siempre fue un chanta. Ahora lo tienen atadito con la china esa y con esa onda gurú de
la autoayuda, pero no deja de ser el mismo con el que discutíamos todos los días cuando
llegaba tarde o pasado de rosca- al fin había apartado la vista de esa pobre rubia que
había subido al 9 y se acodó en la silla que tenía a su lado. Desajustándose al principio
la corbata, finalmente se la sacó y se abrió los primeros tres botones de la camisa- Sí,
por ahí eso necesitaríamos nosotros. Pegarla así de manochantas del espíritu, juntar

una moneda, que la editorial nos pague una jovencita asistente con la cual echarnos un
polvo cuando viene mal la mano…y algún día retirarnos a escribir en serio- dejó salir
un bostezo que apenas pudo disimular con mano derecha sobre su bocaza- tan mal no
estaría, pasa que nosotros nacimos para giles- volvió a perder la vista por la ventana.
Divagamos un rato más, llegando a la conclusión de siempre, nosotros no servíamos
para eso. Habíamos comido demasiada porquería de compromiso con nuestro arte o por
ahí no podíamos tampoco escribir un “mejor vendido” como el turro del vasco. Cuando
el Gordo me invitó a comer con él y Catalina tuve que inventar una reunión para zafar.
Ya era casi de noche y no quería volver a casa.

- ¿Porqué me citaste hoy?- mi último caramelo juvenil, Isabel, se veía más linda que
nunca hoy, particularmente el enojo le sentaba a su belleza- Ya estoy un poco harta
de todo este devaneo tuyo- no sabía como responderle. –Ah, vamos, si sabés que si
fuera por mí te vería todo el día…- no quería que se me escape- Te llamé porque quería
proponerte algo- le dije dejando caer mis párpados en la mesa de madera. Esperé unos
segundos como para tantear que quería ella, midiendo el golpe como un boxeador- A
ver, decíme…- me dijo sin demasiado entusiasmo.- Quiero que vengas a vivir conmigo
al departamento de San Cristóbal, ya está arreglado y decorado, listo para lo pises
con esos pies hermosos descalzos- dejé caer la propuesta con un piropo, de esos que
siempre adoban la situación a mi favor. Isabel se quedó pálida y casi boquiabierta. Yo,
con total naturalidad más allá que su no me dejaría muerto, perdí la vista en las mesas
en derredor y le dí un trago a mi gaseosa. Sin salir de su pasmo y casi sin respirar me
dijo- Este…bueno, yo no me esperaba esto, creí que venía por otra cosa. No sé, tengo
que acomodarme, justo se me acaba el contrato de alquiler- yo sabía ese detalle, hace
algunos meses me lo había comentado y guarde la carta para un momento como este-
pensaba irme a lo de una amiga- “mentira” pensé “tiene otro tipo con el que se iba a
ir”- dejáme que lo piense ¿Vos vas por ahí hoy?- la tenía en el anzuelo. Con parsimonia
le respondí que sí, que viniera cuando quisiese, que yo la esperaría. Ella levantó sus
cosas rápidamente, dijo que estaba apurada y se despidió con un beso bastante más
apasionado que los últimos.

- ¡Bueno, es tu problema Rafael!- escuché con satisfacción desde la ventana junto a mi
cama que daba a Estados Unidos- Yo te dije que se terminó- y un portazo de chapa.
Sonó el timbre, yo me puse la bata y le pedí que me esperase. Me asomé para ver como
el auto de Eyzaguirre se perdía en la madrugada, dejando tras de sí un ruido furioso.
Bajé las escaleras y la encontré llorosa, la besé apasionadamente y la ayudé a traspasar
el portón de madera. Subimos en el ascensor los tres pisos, abrazados, ella temblaba y
sollozaba. La consolaba, diciéndole mil pavadas al oído y besándole los cabellos. Al
entrar al departamento, ella se desplomó sobre el sofá, dejando caer todo lo que llevaba
consigo. Le serví un vaso de agua y se lo dí, mientras daba vueltas por el departamento.
Ella balbuceaba algunas cosas sobre lo que me quería y su equivocación. –Te perdono-
dije en tono de tango arrepentido- Te preparé el baño, date una ducha y vamos a dormir,
mañana trabajo temprano- sus ojos se abrieron y me abrazó de golpe. Casi caigo al piso.
Escuché pacientemente como se duchaba, imaginándola, fingiendo leer unos papeles
de un proyecto de obra que no sabía como terminaría. Sentí como la ducha se cerraba,
pensé que si no hubiese sido por el camión del basurero hubiese oído el roce de la toalla
cuando se secara los muslos. Unos minutos después estaba junto a mi cama con una
revista, el cabello húmedo le mojaba los hombros de su camiseta y se arrojó sobre la
cama infantilmente. Me dio la revista- Se la robé a Juana- gran mentira, dulce, hermosa,
esplendente mentira- pensé que te gustaría- agregó aún más infantil. La hojeé mientras
ella respiraba en mi oído, cayendo en el sueño. Era una revista de historia, me quedé
dormido leyendo una nota: “La logia Lautaro y San Martín”.

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