"El verdadero modo
de vengarse de un enemigo es no parecérsele."
Marco Aurelio
-Es rara- me aclaró la Gringa, como sincerándose para no ser
víctima de mis críticas posteriores- pero si querés, te la presento. Está sola-
dejó caer al final de su frase. Mis ilusiones explotaron rápida y
estúpidamente.
Digamos que hasta allí, la historia no difería de otras
muchas. Después de una época de rondar el descenso, decepciones múltiples y no
abandonar la gravidez depresiva de mi cama, toda el ala femenina de mis
conocidas se empeñaba en levantarme el ánimo presentándome a cualquier amiga
por la que mostrara un mínimo interés. Por supuesto, esto no llevaba casi nunca
al éxito y terminaba por enrrosques múltiples que de nada servían
Esta vez, era el patio de Diego, un recortecito de estrellas
en medio de la ruidosa Villa Crespo. Las fiestas acostumbradas y mi posición de
espectador silencioso. Cumbia agudísima, cerveza tibia y suelta de chicas y
chicos de ropas raras, anteojos grandes e ideas cortas. Ella parecía diferente
y sobre todo tenía ese halo de aburrimiento maravilloso, esta cosa de “¿por qué
vine con el grupillo de nabos?”. Tenía
una nariz que daría envidia a muchos arquitectos condenados a construir cubos
de departamentos en Miramar, un grupito de trapecios blanquecinos y brillosos
en los ojos negros de animé, y unos hombros que por delicados no dejaban de
insinuar mordidas futuras y pasadas.
Recuerdo, de lo poco que recuerdo, que esa noche la escuché
comentar entre sus amigas, mas altas, más entusiastas y menos bellas, que
quería ir de paseo al Jardín Japonés. Nuestras miradas se cruzaron sólo una vez
en la corta lejanía del patio oscuro y bastó un atisbo de sonrisa para que la
Gringa, atenta espectadora, decidiera que debíamos conocernos. Rápidamente,
organizó una comilona con algún lejano cumpleaños de excusa y nos juntó.
Como de costumbre, aún el pequeño departamento de la Gringa,
obligatoria corta distancia, no pudo con mi estilo. Entonces me resigné durante
la mayor parte de la noche a discutir con otros invitados sobre la legitimidad
de tal o cual estilo de fútbol, a repetir de memoria sketchs de Capusotto y a
insistir en que pusieran Rush hasta el hartazgo. Ella, maravillosa, esplendente
y totalmente indiferente a mis comentarios. La noche fluía entre alguna risa y
un sinfín de sandeces. Cuando comenzaron a mermar los invitados, la situación
fue forzando la intimidad con Sofía, así se llamaba. Apenas unos comentarios
sobre alguna película en común y posteriormente, la mágica intervención de Baco
soltándonos la lengua y las manos nos arrimó.
Con inusitada intensidad nos refugiamos en el balcón para
prodigarnos besos, ante el oído de la Gringa que seguramente (pienso esto
porque desapareció rápidamente para dejarnos en soledad) desde su cuarto reía
de nuestra cercanía.
Entonces, comencé a
conocer algo más de Sofía. Para empezar, la peor de sus caras cuando me escuchó
pedir un tostado de jamón y queso en un bar. Sorprendido, no atiné a preguntar
el porqué. En la larga conversación, me
hizo saber que era vegana. Vale aquí aclarar, que una de las múltiples
posiciones talibanas con las que orno mi personalidad es la de ser un acérrimo
defensor de mi omnivoría, con lo cual, siguió el momento incómodo de pedir
insistentemente detalles de los motivos que la llevaron a su decisión
alimentaria. Ella contestaba desde la bilis del moralismo, nada nuevo para mí.
La cosa se distendió, empezamos a charlar sobre jazz y la tarde terminó con el
éxito esperado: pude dar con las mieles de su intimidad. Habita en mi memoria
la tarde con particular detalle. El hotel con dos gatos de neón en la puerta.
Los tacos que retumbaban desde la pieza sobre la nuestra. Su ropa arrojada
sobre un sillón y sobre todo mi rostro recorriendo los espejos del techo. Ella
dormía como un ángel, sus ojos cerrados eran de una suavidad intocable. De la
punta de su bolso, asomaba un libro. Atento a mis necesidades intestinales más
primarias y a la sana costumbre de la literatura, lo tomé sin pensar. Una vez sentado y recluido en el santo trono,
lo hojeé sin entusiasmo. Al parecer “la
dorada senda verde” no era una novela, sino un mamotreto que contaba la
historia de la degradación de Schweigenesser, un monje alemán que, tentado por
la carne porcina, terminaba recorriendo sin arrepentimiento la senda de la
pederastía. Se me hizo simplemente ridículo.
Las semanas se sucedieron como en una comedia romántica.
Charlas de café, ella enseñándome a comer hamburguesas de lenteja, yo poniendo
una evidente máscara de falso “que rico esto”, algún paseo por el jardín
japonés y varias intensas rondas por hoteles de baja estofa. Me negaba, por
algún extraño impulso en mi interior, a sobrepasar el encuentro de un par de
horas y más aún, a conocer su casa.
Pero el tiempo y el ardor de los sentidos, se sabe, terminaron
por torcer mi voluntad. Así, envalentonado por un mensaje de texto de contenido
sexual sin demasiado refinamiento, terminé por conocer su casa.
Vivía (o vive,
desconozco) en una casa compartida en Flores, pegada a las vías del Sarmiento.
Recuerdo que al entrar me descolocó el estómago el perfume a pachuli, a
palosanto, a jipi sin gracia que inundaba el living de la casa. Pero, como buen
héroe, proseguí mi recorrida con la esperanza de conocer su cuarto. Bueno, no.
En medio de los recovecos, una pieza con la puerta abierta de par en par
refugiaba a sus tres compañeros de casa, que tomaban un extraño té (ni siquiera
alucinógeno, creo) y discutían acerca de una reunión que estaban organizando.
Como corresponde en estos casos, quien escribe se limitó a un silencio amistoso
y a beber, intentando dejar entrever lo menos posible el asco que me provocaba
la infusión. El líder del grupo era un muchacho que se hacía llamar “John”.
Rubión, con delicadas manos que parecían no conocer siquiera la forma de una
pala, hablaba con tono afiebrado de más acción y menos análisis. Los demás,
entre ellos Sofía, se debatían entre un silencio de aceptación y una morisqueta
de crítica.
- El domingo, el domingo- repetía con ahínco el tal John- El
domingo hay que hacer algo más que ir a quejarnos a la puerta de “La
Moderna”…Acciónes concretas, amigos, no violentas, sino concretas.
Ante la incomodidad (un cuarto pequeño, sin sillas, apenas
con unos almohadones y cuatro personas hablando de algo que desconocía) y más
aún, ante la imposibilidad de meter bocado, me dediqué a examinar a la
compañera de cuarto de Sofía. Alta, pelirroja, de piel completamente nívea,
usaba una camisa de bambula que era un milagro a los ojos de cualquier pintor,
debajo de ella se insinuaban reinantes dos pechos abundosos de amplios pezones
libres completamente de sutien. Salí del embrujo cuando la voz de Sofía,
puntual y decidida irrumpió en mis fantasías, cortando el aire con decisión.
- Debemos actuar… Pero en serio- de su bolso rojo que
llevaba en su falda desde hacía largo rato, retiró tres cuadernos forrados en
papel araña, llenos de anotaciones- Acá, tengo algo en lo que estuve laburando
con Laura- una mirada cómplice lleno los ojos de la pelirroja de satisfacción-
hace varios meses. Tengo la dirección, los horarios de entrada y salida y las
costumbres de los dueños de más de quince frigoríficos. Así como también,
planos de todas sus propiedades.
John y su compañero (un petiso orejudo con el corte Krishna)
miraron asombrados como de los cuadernos surgían fotos de hombres de traje,
enormes hojas con plantas de lugares que desconocían, grandes planillas de
horarios y notas de todo tipo.
- Julián- me dijo fingiendo un malestar en sus cuerdas-
¿harías el favor de leer?- y me extendió uno de los cuadernos. Yo lo tomé con
delicadeza y comencé a leer:
“Álvaro Cocinetto:
dueño del frigorífico “La Sutil” sita en calle Pola n°1130 Mataderos,
reside en el barrio de Belgrano en un lujoso departamento en La Pampa al 2000.
Todas las mañanas parte a Liniers a las 9:04 en su Mercedes G700 patente IKV
993…”
Me detuve- ¿sigo?- pregunté haciéndome el tonto. Ella
sonrío- No, mi amor. Está claro ya- y me besó la oreja. Pidió que nos
levantásemos y saliéramos de cuarto por un momento. Del otro lado de la puerta
quedamos en silencio “John”, el petiso y yo. Apenas un instante después, nos
pidió que entrásemos. La alfombra sobre la que habíamos estado charlando había
sido corrida y debajo de ella se abría una enorme puerta trampa que daba a una
cámara pequeña que funcionaba como depósito. En ella había balas de todos los
calibres, ametralladoras, pistolas, un lanzacohetes y una gran caja con una
simple indicación en letras rojas “Manejar con cuidado/explosivos”. Quedamos
azorados.
- Es el momento, amigos- se paró sobre un almohadón,
blandiendo un pendón de forma indefinida con la imagen de Buda- Tenemos que
empezar a sembrar un nuevo futuro. Nuestras campañas de explicar a la gente que
el comer carne es inmoral y además hace mal mediante la persuasión, han
terminado. Es hora de la acción directa. A partir de ahora, en lo real y lo
fáctico hará mal comer carne. Nos encargaremos de dar con cada persona
ligada a la carne y le daremos muerte
sin trepidar…
-Disculpen- interrumpí- ¿me podrían decir dónde está el
baño?- con un gesto suave, Sofía le pidió a Laura que me acompañase. Ella se
levantó, Sofía pidió que cerrásemos la
puerta detrás de nosotros. Laura me
llevó por la laberíntica casa sin apuro, por suerte, pude ver el camino a la
puerta de calle. Al llegar a la puerta del baño, no me pude contener. Era ahora
o nunca. Acaricie, mientras le agradecía el tour, con la punta de mis dedos la
espalda de Laura, ella se dejó llevar. La miré a los ojos, ella me sostuvo la
mirada con un dejo de indecencia indescriptible y luego un beso, apretado y
húmedo como el centro de una flor de cala. Nos recorrimos en caricias hasta que
el deber llamó a Laura y me encerré en el baño.
Los tres minutos más largos fueron esos, los que tuve que
esperar, temblando por mi vida a salir y caminar hasta la puerta, hasta el
bondi, hasta la costanera y hasta el sánguche de bondiola que alejó mi espíritu
de los nazis del futuro.
*La pieza a continuación tiene como objetivo simplemente plasmar un delirio de futuro que sostengo a fuerza de polémicas y no busca ofender o calumniar a nadie. Paz.