miércoles, 10 de octubre de 2012

De las desaveniencias del mundo del desempleo II (Preocupacional)


En la salita, con el televisor vomitando TN a todo volumen, éramos como diez. Todos intentando no mirarnos, a ver si nos contagiábamos a simple vista. De una serie de puertas, salían los empleados a llamarnos ¡176! gritaba uno y entonces un muchacho medio bizco de nariz larga se levantaba, para volver un minuto después, con la ropa fuera de su lugar y el brazo luciendo un pedacito de algodón pegado con cinta, sosteniéndose cual un lisiado.
Era imposible no mirar, parecía una sesión de tortura comandada por la televisión. Los diez o doce en una sala vacía en el centro y con sillas pegadas a las paredes gris-blanca. Sólo el ruido de una máquina de café vetusta y nuestras dolencias, economizadas o no.
Justo enfrente mío, una chica con un conjunto de ropa que sólo tenía en común que estaba sobre el mismo cuerpo, hablaba con un pelado con gorra. Le contaba experiencias de una vida jipiesca, de una amiga suya que sobrevivía en el norte del Brasil viviendo nómademente y había tenido dos hijos en la ruta. El pelado asentía, evidentemente no dejaba de pensarla en performances sexuales acordes a su condición de mujer libre. Ella pasaba a explicar que se dedicaba a armar muebles con cosas que reciclaba ¡174, por favor! y una mujer con cara de haber dormido poco entraba detrás de un petiso con ambo de médico celeste. Puta madre, yo 173 y no me llaman. Ya había armado una cómoda con discos viejos y unas sillas desfondadas...el pelado asentía y ella le sonreía con la mano derecha sosteniendo la mochila ¡175! ella se levantaba y el pelado la miraba irse, las botas terrosas y el pantalón caído. En eso, un barbudo con bombacha de campo y cuello de cura. Entró como quien entra a su casa, saludando a dos o tres conocidos y sin querer esperar. El entusiasmo le duró hasta que uno de esos conocidos le explicó que había que esperar. 
Lo más parecido a un taller de la salud y yo esperando que le mientan a mis futuros empleadores, diciéndole de mis notables condiciones para hablar por teléfono y mi atlético estado de “hombre sano”.
Cuando el notero tan aparatosamente indignado de TN comenzaba a mostrar el escándalo de un robo de bronce a los bomberos de Zárate y yo empezaba a lamentar haber pasado tanto tiempo en ayunas para que “salga todo bien”, el mismo petiso en ambo celeste, se acercó a una de las puertas de la sala y lanza ¡cientosetentaytrés! Y yo me alzo, como triunfante y aliviado. Lo sigo, entramos en un cuarto que apenas sirve para que entren dos personas. Una silla con un brazo que es una plancha de metal y una mesada con una infinidad de tubitos de sangre. El muchacho me dice que me siente y me arremangue. Estira un pedazo de manguera de goma y lo cierra arriba del codo. Me dice que respire profundo y veo como una sustancia color vino llena la jeringa. En ese momento me pregunto que harán con la sangre que le sacan a uno sólo para chequear si está sano. Amago a preguntárselo, él no me da tiempo, apenas depositó la sangre en uno de esos tubitos, me pone un algodón con alcohol, cinta, me dice que me sostenga y que espere la última revisación en el otro salón.
Es un problema memorizar caras. Más que nada porque muchas veces te puede bloquear la mente cruzarte una, probablemente sin sentido y sin ninguna justificación para ser recordada, y no tener el lugar exacto donde se ubicaba. Entonces un salón lleno de gente alternativa, sacudiéndose con frenesí medio diabólico, medio impostado, stoner rock, oscuridad premeditada, mirar todo con ojos extraños y de “y yo con mi camisa rosa”. De golpe, ir a la barra en busca de la reconfortante familiaridad de la cerveza, que mis amigos no llegaron y yo acá no corto ni pincho. Un cartel en tiza rosa “tragos satánicos” (automáticamente pensar en Otto, el chofer de los simpsons) y preguntarle a la chica hermosa y rara del mostrador de qué la va el asunto y que te explique que se hacen con sangre, te señale a la otra esquina de la barra y el mismo petiso, con una remera de Dimmu Borgir, alzando en sus manos una copa de plástico, y mirándote, no sabiendo de donde nos conocemos las caras.

lunes, 1 de octubre de 2012

De tardíos exorcismos, malos audios y cielos perdidos


Al oído sincero y  la áspera honestidad de Catalina,
aunque no basten todos los textos.




Entonces era verla bailar y sentirse el peor de los marcadores de punta, ese que ya sabe que su destino es siempre perder a su marca, una excusa, un obstáculo entre los escupitajos de la tribuna y el verde césped. Algo, sin embargo, alguna de esas fuerzas que uno desconoce en su interior, algo mágnetico, primitivo e insondable hacía que esa rendición nunca fuese tan completa.  Había algo de admirar a las estrellas e inventarles historias inaudibles. Como si alguna vez un arquitecto egipcio, harto de no saber que hacer con una pirámide en su juego de legos hubiese decidido que Gizeh sería un eterno homenaje.

Pero la cosa no empezó ahí, siquiera se podría determinar ese momento, él recordaba alguna tarde de verano, la tarde cayendo en las baldosas y un silencio de alero entrecortado por el ir venir de otros. Querer filmarlo pero no saber como, haber perdido un montón de palabras en una ventolera mental. El ferné fresco y un porvenir enigmático. Las horas perdidas ante el delicado y dulce cuchillo del ocio, y siempre esa espera impotente.

Una voz a poco centímetros y la mirada perdida, ella explicándose sin explicarse y la infinita sensación de que el tiempo se hace light-as-a-feather al uso de Chic. Ahhh... porque también eso, su voz.
Eran incontables las horas que se le habían ido meditando el asunto al caminar. Barrios, autos, rostros, todo resbalaba y él, el rostro serio y la mirada perdida, y meta pensar viera usté. Para colmo siempre que la distancia lo apaciguaba, cuando de pronto se sentía menos 4 del equipo recién ascendido y más nube que fluye, algún motivo hacía que ella se acercara.

La historia marca que cualquier momento significativo no tiene la música que uno quisiera. Tal vez por esos caprichos cinematográficos, por la costumbre de esperar el auto-travelling-largo con Oscar Peterson de fondo y luego su primer plano sonriendo ante una pared de ladrillos, el universo  te dice que no flaco, que las cosas son mucho menos esplendentes en el mundo real y ahí está el yeite. Pareciera decirte, la realidad es siempre superior a la ficción porque rompe cualquier cosa planificada.

Y entonces, el más frío de los fríos mentales. Fumarte la supernube que te sigue a todos lados, pero calzarte los timbos y quécarajonojugarsiesrendirse. Y (como pasa como sale el más mediocre y descendido de los teams) siempre empezás con la misma de siempre. Que qué hago acá, que la estoy pasando mal porque no pertenezco a acá , y de hecho a ningún lado, y siempre que te agiten, porque vos estás para más y no tenés que dejar que las 17 gambetas que te comiste...

La escena es mucho menos interesante. 
Los saludos del caso. Colgarte la mochila, esperar que el tiempo entre la calle amarga y dormirte en tu casa se reduzca al mínimo, por ahí hasta que radio clásica te regale algo. 
Interior de una casa, un largo salón con una cocina. 
La cumbia más fea que imagines, la de cuando ya nada importa. 
Luces azules y negras, como si no significaran un oximorón. 
Gente con la cara en otro mundo. 
Y saludarla ¿para qué? ¿qué esperás? pero ya esquivaste a dos y estás al lado. Bueno, me voy. Que bueno que hayas venido. El abrazo que se prolonga y vos empezás a sentir que pasaste al ocho y encarás al área. 

Silencio de los protagonistas. Los acordes del temás más paco del mundo. Un beso en la mejilla, el runrrun de su aliento entre tu oreja y la nuca. Vos, de golpe te dejás comer el orillo de la discresión y le decís que todo el viaje (sí, el puto viaje de dos horas, la combinación en Temperley, Constitución, el frío, el 65, las vueltas eternas) se justifica con ese abrazo. 
Y entonces otro y ahora agarrate, porque tenés el zurdo tocando más fuerte que nunca, medio que te vas hablando de pavadas, pero no se te va a ir la imagen y la sensación.
Aún acompañado, salís a la calle sin saber de qué hablar y la vuelta a casa será una mierda sí, pero que importa, si cuando bajás, con la cara congelada, te das cuenta de que la luna se enteró de todo y te sonríe.

Por esas cosas, cualquier derrota no es derrota.

martes, 25 de septiembre de 2012

De las desaveniencias del mundo del desempleo I


-Llená este formulario y me lo entregás, después te van llamando- me dijo sin mirar la chica de la recepción. La oficina era uno de esos lugares que apestan a “estética corporativa”. Paredes y muebles a tono con los dos colores del logo de la consultora, un bidón de agua sobre un surtidor y afiches con consignas vacías hablando de lo buenos que son puestos en esos marcos que sólo son una lámina de vidrio.
Luego de entregarle la ficha, la cual por cierto recibió sin el menor atisbo de humanidad, me senté y me dispuse a que me robasen esos minutos que suelen robarte impunemente. Junto a mí un muchacho mejor vestido que yo jugaba con un celular modernoso, en el sillón de enfrente una muchacha con cara de estreñimiento tenía la vista perdida hacia adelante.
Primero lo llamaron a él. Se levantó con paso firme y seguro y avanzó hacia la mano estirada de la entrevistadora, una rubia de esas que vivirán eternamente en un colegio privado. La puerta de madera se cerró detrás de ellos.
A decir verdad, después de levantar la vista y mirar un poco, la oficina era bastante pequeña. Apenas la recepción, una oficina más grande con cubículos, separada por un gran ventanal, casi como una pecera para gente con camisa. Reinaba una especie de murmullo sin variantes, apenas interrumpido por la voz de la locutora de una radio adolescente. Cuando empezaba a ponerme tenso, la rubia de escuela privada salió de la oficina con un montón de papeles y llamó a la otra que esperaba.
Mentalmente, inicié la preparación del discurso, sí, que mis laburos anteriores, mi fortaleza es que soy un tipo expeditivo y escucho a la gente, que si tuviera un defecto, no me gusta que las cosas salgan mal y no me gustan las complicaciones. La muchacha de la recepción  empieza a discutir con una operadora de la empresa de su celular, habla como una señora gorda pariente del señor Goldsilver. La empiezo a odiar. La humedad del exterior empieza a hacer un poco irrespirable el aire del salón. Siento como lentamente empieza a correrme una línea de sudor debajo del pulóver…comienzo a lamentar haberme puesto una camisa con una mancha en la manga y no poder sacármelo.
Cuando mi mente está casi decidida a tomarse el palo, la rubia sale de la misma puerta. No salió ninguno, debe ser una entrevista grupal. Me da la mano, entramos a la oficina. Un escritorio y unas carpetas del colores, una planta y una ventana con la persiana cerrada. No hay otra puerta…
Ella rápidamente me hace las preguntas de rigor y yo contesto las mentiras acostumbradas, no da mayores certezas sobre el trabajo para el que estoy postulándome, aduciendo que ella sólo está haciendo las entrevistas en reemplazo de una compañera enferma. Junto al archivador de cajones rojos, veo un par de zapatos masculinos y otro femenino. Me parecen conocidos, pero no puedo perder la atención, la rubia empieza a despedirme diciéndome que me contactarán para decirme como resultó la búsqueda. Casi le pregunto por los otros entrevistados, pero me contuve.
Nunca me llamaron.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Todos comemos Monsanto




Todos comemos Monsanto.
En el choclo de la no sopa que te venden envasada.

Comen Monsanto los ricos, los pobres, un veneno igualitario.
En el pasto del churrasco que muerde alegre la nada.

Comen Monsanto los que comen cosas orgánicas,
tratando de gambetear y hacerse los giles.

Comen Monsanto los colectiveros que se apuran,
los jueces de línea que ven mal.

Comen el dulce rocío de la muerte los hijos de quienes lo fabrican.
En las reuniones de empresarios malévolos,
mientras se ponen al día con la última minuta de los superreptiles,
los garcas de siempre, comen comida atomizada de Ferrá Adriá con remolacha meada por el mismo diablito.

Los hombres, esos necios corredores, analizadores de tevé,
esas pequeñas bombas que han armado en contra de sí.

Comerán el verdadero postre, en algún apocalipsis propio.

jueves, 30 de agosto de 2012

De la mística de la desnudez pública y las colegialas que ya no lo son tanto.



tacto.
(Del lat. tactus).

1. m. Sentido corporal con el que se perciben sensaciones de contacto, presión y temperatura.

2. m. Acción de tocar o palpar.

3. m. Manera de impresionar un objeto el sentido táctil.

4. m. Prudencia para proceder en un asunto delicado.

5. m. Med. Exploración, con las yemas de los dedos, de una superficie orgánica o de una cavidad accesible.

RAE


-¿Pero vos dónde estás?- me di vuelta apenas y ella tanteaba el aire-Fijate en la cocina, en el tercer cajón… el tercer cajón de abajo, sí, ahí, el rojo…claro, bueno, ese se lo llevás a Marta…- por un momento, yo, gilunamente miré hacia adelante mirando a quien le hablaba y nada che, la rubiecita se sonreía- Gracias mi amor, sí, yo también te amo, fíjate que en la mesa de luz hay una sorpresa…no, ahora,no, jajajaja- "¡¿de qué te reís, tarada?!" Le grito en mi interior, miro el adminículo negro ínfimo en su ínfima oreja y me da más bronca, se ríe y con la mano derecha se lleva otro pendorchito igual de ínfimo cerca de la boca, no sea cosa que su interlocutor tan imaginario como mi grito no escuche bien cerca esa risa natural y espontánea. Habría que preguntarle a los japoneses para que sirve tener las manos libres sino es para palpar algo más que el aire compartido.

domingo, 26 de agosto de 2012

De la nueva fafafa del thundercat Mancuso y sus razones (Un homenaje a Brecht)


Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.
Atribuido a Bertolt Brecht (en realidad el pastor Niemoeller)

-Creo que todos ustedes subestiman lo de Mancuso. Sí, son injustos con él. En tiempos de palabras sueltas y huecas, él se entrega a profundas reflexiones. Revaloriza el silencio, medita sobre su esencia y el sentido de las cosas en cámara ¿cuántos programas de canal á o film and arts tienen eso? ¿Cuántos de nosotros nos detenemos a percibir los recovecos de nuestras mentes en público?- el resto de los panelistas lo miraban azorado. Las luces del estudio se habían tornado verde-azules sin que nadie tocase un botón- Ahora es muy fácil mostrarse cubierto de alguna secreción o hablar sin contenido, la intimidad física es una frontera que la vida de los mass media y esta cultura de plástico han superado. No se puede mostrar el momento en que meditás por tuiter, pero mostrarte clavándote un sifón en el oído mientras mirás a bánfield sí, si lo hace leidi gaga dicen que es una transgesora. Defendamos el happening del Alvi. Sí, sí, ya sé, me dirán “el tronco de Mancuso, que ahora chorea haciéndose el periodista” o más aún esgrimirán aquella rara historia de que lo cagó a Diegote (lo cual no sabemos si es cierto y además ¿usté no estaría tentado de sacarle una moneda?) a propósito saludos de Maradona Junior. Será obra de la inspiración que hace girar al cosmos haber despositado en un alma tan simple el acto de hacernos ver que lo más íntimo que podemos mostrar es la introspección, mostrarse en silencio sin más, apenas respirando, entre los gritos desaforados de periodistas de poca monta y futbolistas retirados. No dejemos pasar por alto este mensaje…- ante un escaso silencio, el productor optó por hacer aplaudir a la gente de la tribuna y hacerle el gesto de “corte” al animador que conducía el programa de archivo.

-Vamos a una pausa chiquita y ya volvemos con más “tv caca compactadaaaaaa”- prolongó la A hasta que un video de youtube de enanos cayéndose en la nieve ocupó toda la pantalla junto con un tema de los ramones. No se tomaron ni el trabajo de dar explicaciones a la vuelta de la tanda publicitaria, simplemente el panelista desapareció de su silla y nunca supimos más de él.

domingo, 5 de agosto de 2012

Superreptiles


Dedicado a todos los consumidores de estas cosas en Iutub.

El doctor Gregoretti no tiene buena fama en las reuniones de la Unión Europea. Después de todo, es italiano y ya los alemanes han comido la pasta de la derrota dos veces después de un romance con ellos. Además, tiene ademanes exagerados y grita bastante en las reuniones. Esta tarde ha visto algo que lo ha impactado. Mientras degusta una comida demasiado cara en un restorán de Bruselas, piensa en cómo decirlo para que lo tomen en serio. Tiene la tez más pálida que de costumbre y no puede terminarse su plato ni su cerveza. 
No le van a creer.
Recuerda vagamente a un eurodiputado griego que le había insinuado el tema en una borrachera orgiástica hace unos años. No sabe que ha sido de él. Se pasa lentamente el pañuelo por la frente, suda frío. Tiene fotos, videos, todo. No se explica como lo ha logrado.

Una vez en la suite, abre los archivos en su computadora portátil, los recorre, una náusea le sube hasta el gargero, vomita la alfombra y abre la ventana. Pura bilis. Alguien se le arrima, de algún modo, entraron en su cuarto. Siente un dolor punzante a la altura de los riñones y ve una enorme espina verde saliéndole por el centro de su abdomen, cae rendido, tiene la mente despierta el tiempo suficiente para ver como destruyen su computadora.

“Buenos días, bienvenidos a Mundo desconocido” dice un muchacho con pinta de vivir con la madre, orgulloso portador de unos auriculares con micrófono y una web cam “Hoy vamos a hablar del misterioso suicidio del eurodiputado Gregoretti, este caso del que los medio no hablan en los últimos días…”

En la reunión de la Unión Europea, todos se cagan de risa de los conspiranoicos.

viernes, 29 de junio de 2012

Silencioalsur


Y ser, al menos una vez, nosotros,
sin ese tinte de un color de otros.
Eladia Blázquez *


Después del bostezo de su pretendida, inequívoco signo negativo para la cena, Miguel intentó salir del trance charlando sobre unos amigos en común. Ella le respondía sin entusiasmo y empezaba a perder la vista en los miles de papeles que pendían en la pizarra detrás de él.
Un silencio neblinoso e intenso cortó el aire por 3 minutos. Pensó en las variantes más ridículas para cortarlo. Prender música, hacer uno de esos comentarios que sobran, toser. Todo esto mientras el pegajoso, molesto, incómodo silencio iba haciendo del  mínimo living un pantano. Un oportuno bocinazo en la calle detuvo la inundación. Miguel se inclinó sobre la mesa y dejó caer al azar: "Un auto". Victoria lo miró. Él apuró el vaso de vino y la miró, aún sabiendas que ese silencio que se había alejado era el efímero e ideal  para cualquier aproximación. Ella carraspeó y se levantó. Pidió permiso y entró al baño.

- Imaginate, en ese momento. Como con el arco sólo- los indefectibles lo miraban y seguían su relato- Un gil total...

Cuando ella salió del baño, Miguel había despejado la mesa, le ofreció café y sirvió dos tazas extremadamente calientes.
-¿Sabías que Lucio nació en un auto?- le dijo como volviendo erróneamente al tema, rápidamente continuó- Sí, en el Renault 12 de los padres. Por eso también es tan introvertido y tiene tanta resistencia para andar sin agua. Él nació en Francia, sus papás se quedaron allá y lo mandaron con unos tíos. La madre lo dió a luz en un embotellamiento, llevaba 8 horas esperando para entrar en Lyon. El caso fue famoso porque los involucrados en el embotellamiento, formaron una sociedad tan fuerte en tan poco tiempo...- ella sonrió- no, no, posta, no te rías. Los papás de Lucio viven en el Renault 12, esa ruta en Francia no existe más. Después de quedar 3 días ahí sin salida por dos accidentes graves, ponele que se cayó un avión en una punta y en la otra explotó un caminón de nafta, ellos formaron un pueblo.

-Pero eso...- le dijo irritado Tincho- ¿Eso no es como Autopista del sur?
-No exactamente, pero de todos modos ella parece que no lo hubiese leído...- le contestó Miguel- Cuando veo que ella sonríe...

-Los primeros momentos, apenas intercambiaron palabras, con el correr de las horas se fueron acercando y finalmente se...¿cómo se dice?..organizaron viviendas en los automóviles y acercaron al convoy (ponele que unos cien autos) materiales y cosas porque se vino una tormenta enorme.

-¿y vos? ¿qué onda? ¿sentiste que estaba haciéndose el canchero?- le dijo Sonia, lamiendo luego el papel y cerrando el porro- Porque digo, tooodos leímos autopista del sur.
-A esa altura ya estaba medio en pedo, me había tomado unos fernets antes de caer en la casa del pibe y estaba con mucho sueño...- Victoria revoleó los ojos- además, era simpático y le ponía ganas...

Después de describir los pormenores de la organización de la ciudad, le ofreció más café, puso música e instó a que se sentaran en el futón rojo.
-Acá se está mejor- dijo ella- ¿es Oscar Peterson?- señalado el equipo, Victoria se hizo la confundida
-Una alumna de él, Hiromi Uehara- él rascó la espalda y volvió al relato- Por eso Lucio es tan poco afecto a los viajes en auto, pensá que en su pueblo, las personas no caminaban más que lo que pudieran a pie. Inclusive él tuvo que irse caminando a Lyon para tomar el avión que lo trajo acá. Los tíos me contaban que fue una historia explicarle que de Ezeiza a Munro ir a pie es una locura... que le molestaban los faroles de las calles...

- Che, pará- Nicolás levantó la mano hacia Miguel-a todo esto ¿vos por qué seguías contándole?
- No sé, realmente pensaba que si paraba de hablar tenía que ser para el momento ese del silencio que decís vos, ese de meter el cabezazo y mandar la trompa...-se justifica Miguel- por otro lado, no podía deterneme ya.

- Por eso también Lucio sale con Alicia..- ella lo miró extrañado- ¿no viste que parece un fitito?- rieron maliciosamente hasta que el aire se llenó de piano.

-¿Lo arrinconaste vos? jajajaja ¿posta, boluda?- se reía Sonia entre el humo.
-No lo arrinconé jajaja, más bien lo guié un poco, él iba a seguir hablando si no y yo ya no tenía ganas de prólogo.

-Y se me vino encima, che- explicaba Miguel cerrando las manos entre sí- golazo, yo no lo podía creer.
-Este tipo es un grande- le guiñó un ojo Albano- ¿Viste que te dijimos? Ahí está, viejo- cerró pegándole a la mesa con más gesto que ruido.

Ella y él se acercaron. Sabían que ese no-silencio, era el silencio que buscaban y pensaron que no llegaría. Se besaron lentamente y fueron encerrándose en él.

-Cuando me desperté, lo encontré vestido y tecleando, escribía algo- dijo Victoria terminando de picar un morrón- Le pregunté qué onda, me dijo que era una cosa que tenía pendiente, me hizo unos mates, tuvimos unos besos más y me acompañó a tomarme el 36...
-¿Qué onda? ¿Se van a volver ver?- Sandra preparaba otro inmenso fernet.

-Tendrías que escribirlo...- le dijo el Turu cuando caminaban por Alem, con el frío de frente- Estaría bueno escribir una cosa así.
-Sí, no sé, esas cosas son como muy autobiográficas y me molestan un poco- desdeñó la propuesta Miguel- Igual, viste como es esto, en cualquier momento, me falta que publicar y lo redacto.





*Dedicatoria especial a N.F. (también colaborador en el título), J.L. y a la A.U.Pe.Li. por reducir mi autosabotaje.

miércoles, 27 de junio de 2012

El bigote del indi


Exagerada pintura de pose exagerada/ sin ánimo de ofensa.



Dylan, Los Stones, Sigur Ros, uno de Maria Elena Walsh. Ordena los cedés para que queden estratégicamente para que se vean bien, él debe mostrar el mejor y más abierto gusto musical. Abre la persiana que da a la calle Gurruchaga y acomoda las macetas rodeando una efigie de buda de yeso. Junto al sillón, un revistero devenido en depósito de longplays, delante de todo la sonrisa seductora de Sandro. Se asegura de tener varios tés en su cocina. Mira en su cuarto y ve que la luz dé justo sobre los libros de Milan Kundera y la foto enorme de una antigua amada rodeada de flores.

Entra al baño, regla en mano, mide el exacto espesor, ancho y longitud de su bigote y abre los dos botones de su camisa escocesa debajo del pulóver rosa. Acomoda lentamente sus anteojos enormes de manera que queden perfectamente simétricos sobre su nariz.

Vuelve al living del departamento, pone un sahumerio junto al gran ventanal y echa andar un disco de Cat Power apenas de fondo. Su madre duerme, después de todo no sería bueno que despierte. Cuando todo está listo suena el timbre.

Baja en el ascensor y chequea una vez más su peinado, la altura de sus jeans, la simetría de sus anteojos. Al abrir, saluda a una chica delgada y tatuada con un inusitado cariño, después de todo, es una desconocida. Ya en ascensor conversan típicamente sobre el tráfico, el barrio, el clima.
Le abre la puerta del departamento y ella se detiene largamente a ver unas portarretratos con fotos de la infancia. Sonríen, él le ofrece té, tiene una mezcla de hierbas que le trajeron de la India. Ella acepta y se sienta en el sillón, de su bolso saca una cámara de fotos.

En la cocina, el pone a hervir la pava con la cantidad justa para dos tazas a los fines de no demorar, vuelve a mirarse en el vidrio de la alacena, casi no se le notan los nervios. Escucha algo caer en la habitación contigua, donde su madre duerme. Rápidamente, le dice sin moverse de su lugar que debe pasar por el baño, la muchacha asiente con un okey suave, está distraída mirando los discos en el revistero.
Abre la puerta de la pieza y la cierra con delicadeza, su madre yace junto a la cama, sólo sus pies quedaron en ella. Se acerca lentamente, la mujer tiene los ojos cerrados y está muy pálida. Toma su muñeca y comprueba que no tiene pulso. Con cuidado y rápidamente sube el cuerpo a la cama y lo cubre con la frazada azul. Baja la persiana de la pieza sin ruido.

Al salir, sirve las dos tazas de té y las lleva al living. La chica lo felicita por su colección de discos, él dice que aún le faltan muchos. Del mismo bolso, ella retira un grabador y lo deja en la mesa. Él sabe que son sólo tres preguntas y se preparó para responderlas de manera que parezca natural.
-¿Por qué elegiste dedicarte a la música?- le dice ella, comenzando a sorber el té de la taza rosa con el dibujo de un cupcake.
-Bueno, en realidad- tose y se corrige la voz, cruza su pierna izquierda sobre la derecha- yo diría que fue casi natural, yo estudio fotografía además, pero esto es lo que siempre quise hacer- ella deja salir el gesto de simpatía que él esperaba- desde los trece años, cuando encontré una guitarra en casa me puse a escribir, anduve en algunas bandas, pero finalmente decidí que esto era lo mío.
Ella toma nota en un cuadernito y continúa- ¿Podrías nombrar las bandas y el género? Más que nada para poner en la entrevista en caso de que lo precise- y se lleva la taza humeante nuevamente a los labios.
-Sí, claro. Primero una banda adolescente te diría que formé con unos compañeros de escuela, se llamaba Sibilina y hacíamos algo así como rock...Más bien, dejábamos salir la furia hormonal jajajaja- ríe mecánicamente, ella lo acompaña- Después vinieron las dos bandas que me marcaron y de las que salieron mis compañeros actuales de escenario. Primero Fantasía Wap, una banda electro pop y después La Última Pisada, una banda folk que aún sigue tocando,  la rompen.
-Bien, gracias, bueno ¿qué buscás cuando vas a comprar un disco? ¿qué música te atrae?- ella deja la taza vacía en la mesa- Por cierto, delicioso el té.
Él se deja llevar explicándole las características de la infusión el tiempo justo para  llamar su atención y no perder el hilo (piensa)- Bueno, en un disco yo busco más que nada que me transmita una emoción...A veces es difícil elegir sin dejar afuera muchas cosas, por suerte con la internet es todo más fácil, ahora estoy siguiendo a una banda de Boston, The Solitaire Club, hacen postrock y a muchas bandas amigas de acá. Más que música, busco que me pinten emociones. Por eso también, como habrás visto, tengo tantos discos tan diferentes...
-Sí, claro- le contesta ella, que sacó el celular y lee un mensaje- Perdoname, pero tenemos que hacer la última y la foto, porque justo me tengo que ir, mil disculpas, estoy a mil.
-Dale, dale, no hay problema- dice él- Decime.
-¿Por qué pensás que la gente tiene que escucharte?- dice ella, acercando el grabador a donde está y calibrando la cámara.
-Jajajaja ¡que pregunta! Primero porque creo que la pueden pasar bien, lo que hago y lo que tocamos con la banda es divertido. Y después porque creo que las canciones que escribo pueden identificar a todos, las situaciones que relato... en fin, si venís, vas a sentir en algún momento que se habla de vos- concluye él.
-Listo- dice ella- Acercate al ventanal y hacemos la foto.
-¿Así nomás?- le replica
-Sí, dale, así está bien.
Él se acomoda junto al cuadro que le regaló otra ex y le pone una cara entre canchera y suficiente (cree). Se escuchan tres o cuatro disparos de la cámara y ella la guarda en el bolso.
-Che, muy buena onda, venirte hasta acá...- le dice él, acercándose.
-No estoy tan lejos, gracias por el té- cierra su bolso y se lo cuelga-  Bajo sola, total está abierto. Le da un beso en la mejilla y cierra la puerta tras de sí. 


Él no atinó a hablar. Vuelve al cuarto de su madre. Ella sigue rígida bajo la frazada. El muchacho se sienta a los pies de la cama y deja salir un largo resoplido. Luego unas lágrimas manan de sus ojos- No lo puedo creer- piensa- voy a salir en las tres preguntas de la Rolling Stone.

lunes, 25 de junio de 2012

Idea verde-cajón *


Estimados lectores: la siguiente es 
una mera nota literaria injustificada.



Retirados los deudos, los empleados cerraron la bóveda y el sol de la tarde dejó de existir en su interior. Apenas unos minutos después, comenzó a sonar un celular en el interior de ella, una latosa versión de Para ElisaEntonces, se escuchó un ligero golpe, un quejido y el tono de un teléfono, el tecleo y un silencio -Hola, sí, por favor con el Departamento de Atascos. Sí, sí, espero-en la tapa del féretro empezó a sonar un golpeteo de dedos nervioso- Encima te clavan un tema de Diego Torres los turros estos...Hola, hola sí, por favor ¿está Gustavo? Sí, Garófoli, sí, sí, espero...Hola Gus, te habla Juan Carlos, no me vas a creer, en el futuro también- se escucharon unas risas desde el auricular- Sí, como hace ochenta años en el de metal, ahora dicen que usan ataudes ecológicos...¿vos lo podés creer? Encima ni me enterraron, eso me pasa sólo a mí, estoy meado por Vishnú...Dale, dale, espero. 
Después del pitido del corte del celular, se escuchó un largo resoplido- Tendría que haber morfado menos, estoy re incómodo- se dijo a sí mismo mirándose inerte, no pudiendo despegarse del cuerpo. Inclinó la cabeza y miró la corbata del cadáver, de todos los muertos que había sido, este era sin duda al que peor habían vestido.



*Particular agradecimiento a la Asociación Uruguaya de Pensamiento Libreasociado (A.U.Pe.Li.) por permitirme la licencia del título

miércoles, 13 de junio de 2012

Aglio Baci


Dos cortos golpes en la persiana baja del almacén. El hombre se frota las manos y deja salir una voluta de humo mientras mira que no haya nadie cerca- Soy yo- dice en voz baja. La portezuela se abre dejando escapar una tenue luz, entra entonces agachándose incómodamente. En el interior, una mujer regordeta y escasamente vestida reina junto a un calefactor eléctrico al final del pasillo. Ha traído un colchón y almohadones. Ella pasa por detrás de él y cierra la puerta que une el depósito y el mostrador. Le pasa los brazos por la espalda y besa su oreja- ¿Viste que lindo..? Ahhh, esperá- detiene su voz endulzada, lo suelta bruscamente y enciende un velador dispuesto sobre una caja de latas de atún. Sin dejar de mirarlo a través de la luz roja que emana la bombita, enciende una radio de la que escupe una balada digna del más modesto hotel alojamiento. La cara del hombre se vuelve severa- Necesito hablar con vos- dice, avanzando unos pasos hacia el colchón- Esto no puede seguir…La mujer cruza de pie el lecho y lo abraza rápidamente, disponiéndose luego a quitarle el sobretodo y el saco. Él permanece inmóvil- ¿Qué no puede seguir, amor?- le replica con un dejo de fingida inocencia ella, desanudándole la corbata y depositando cuidadosamente las prendas sobre una silla.
-Sabés que. Mi mujer sospecha y no puede ser que nos veamos siempre acá, en el almacén y a dos cuadras de casa. El barrio está lleno de chusmas- el hombre se deja quitar la camisa y empieza a sentir el frío del depósito- ¿Me estás escuchando?- se impacienta, la mujer le ha desabrochado el pantalón  y se aparta de él, poniéndose a buscar afanosamente algo en su bolso, sobre una bolsa gigante de azúcar- Maribel ¿me escuchás? ¿qué buscás ahí?- casi le grita, al tiempo que termina de desnudarse. Ella asiente y continúa su búsqueda hasta dar con un paquete rectangular envuelto en papel de fiambrería- Acostate- le ordena al hombre, al ver sus piernas temblando. Abre las sábanas, él se echa y ella lo cubre y acomoda unos almohadones bajo su espalda, besa largamente su boca sin encontrar resistencia.  Le acaricia el mentón y pone el paquete en sus manos- Dale, abrilo- dice ella quitándose el sostén y metiéndose bajo las mantas junto a su cuerpo. El hombre abre el paquete y lee en voz alta- “Del arte de cocinar” Bartolomeo Scappi..¿de dónde…?- la mujer le cierra la boca con un beso corto y le arrebata el libro de las manos. Lo abre diciendo- Es la edición bilingüe, mirá…- duda un momento- te puedo leer esto…- se acerca a su oreja derecha y le muerde suavemente el lóbulo antes de proseguir- …”Harina, mantequilla, agua, anchoas, queso rallado, huevos, sal, pimienta..”-- le lee felinamente, mientras desliza las yemas de sus dedos sobre el pecho desnudo del hombre, quien asumió que ya nada podrá decir.

“Es muy tarde” piensa “no sé qué inventaré. Por suerte le avisé que comería con ella y me esperó”. El hombre se ha puesto mal las medias y siente frío. Chequea rápida y confusamente que su ropa esté prolija. Ni el hecho de haber perdido un gemelo lo preocupa del todo. A unos metros de su casa, ve llegar la moto del delivery, una vez más y empieza a extrañar las baladas.

martes, 22 de mayo de 2012

Sanguis






-No, la verdad es que todo el trabajo que acarreó esta novela no tenía como objetivo un best seller, pero los lectores…bueno, ellos eligieron- con las amables risas del caso, la conferencia de prensa de Roig era un éxito. Su novela “El amanecer de la sangre” había vendido “más ejemplares que la biblia o un disco de Madonna” según se comentaba. Ahora, el rubicundo uruguayo se dejaba halagar en el lobby del Heferton Hotel de Buenos Aires por una prensa condescendiente - Estoy más que contento con el resultado, pero además creo que este libro es una muestra de la evolución que han sufrido mis textos luego releer algunos clásicos- Ezequiel, así se llamaba Roig, se quitó los lentes y los limpió con un pañuelito ínfimo que sacó de un bolsillo en su saco marrón fantasía. Detrás de él, un cartelón chillón decoraba la escena con la tapa de su libro, un cuchillo cuya hoja descendía y relucía en un rectángulo que combinaba miles de matices del rojo. Un muchacho de ojos pequeños y mirada perdida le preguntó entonces: “¿cúanto tiene que ver su asesino, Ricardo Marchena, con el caso Spivak?” y se sentó en actitud suficiente, sabiendo que había preguntado lo que nadie osó a inquirir. La nariz rosada y granulosa del escritor se movió un poco hacia la izquierda, mientras su dueño bajaba la pregunta con un sorbo de agua. Era complicado. El asunto del desollador de Junín era más que similar al de su novela, por no decir que su novela se conectaba demasiado con el caso. El escritor contestó, luego de una pausa bastante, infinitamente para el gusto del auditorio, prolongada- La verdad es que nunca escribí crónicas policiales y luego de buscar alguna información sobre esa serie de asesinatos, me di cuenta que, como a veces se dice, la realidad superó a la ficción. De todos modos, nunca ha sido la intención de mi novela describir una serie de asesinatos, sino el proceso de culpa y remordimiento que se va generando en Ricardo. Más psicológico que policial, es el asunto- volvió a detener su charla para sorber más agua y pensar para sus adentros “¡cuán hábil soy!” y continúo con suficiencia- Me parece simplista pensar que el leit motiv de todo la obra es describir asesinatos- y se reclinó como esperando otra pregunta, pero sabiendo que Losada iba a dar por terminada la conferencia. Amablemente el hombre de nariz ganchuda despidió a todo el periodismo y alumnado presente. Los dos conferenciantes se retiraron al bar y, sentados de manera casi indolente, pidieron un café.

El editor encendió un cigarrillo y se acarició con lentitud la barbilla pilosa, luego de revolver el café, se echó, aún más, sobre el respaldo de su silla y estiró una sonrisa – La verdad es que me salvaste la vida con el manuscrito ese, me tenían entre la espada y la pared. Ahora el hijo de puta de Alvez se tiene que guardar mi despido hasta que elija mal nuevamente. Pero estando todo más tranquilo, decime ¿en serio pensaste este libraco sin conocer lo de Spivak?- Losada tenía una increíble capacidad para lograr sacarle información con confianza a la gente, pero Roig era hijo de catalanes y, como todos sus antepasados, porfiado. Desdibujó con su dedo índice de la mano izquierda los arabescos del mantel azul que cubría la mesa y por fin con tono de maestra enojada respondió –Las coincidencias son eso, coincidencias. Yo este libro lo tenía casi cocinado mucho antes del caso Spivak. No voy a negar que el loco ese, que en paz descanse, le dio el impulso final a la venta del libro, pero nunca pensé en rescribir el diario. No me subestimes, gallego- y dejó para el final la voz campechana y concienzuda que le gustaba oír a su mecenas- Bien sabés que no tengo porque mentirte a vos.
Al descuartizador de los Spivak, el peón Juan Carlos Álvarez Ortega, lo habían ajusticiado los vecinos de Junín. Pero antes se había cargado a nueve personas, entre ellas, su patrón, la mujer de su patrón (su amante) y un capataz. Todos los asesinatos se habían descubierto casi en simultáneo y por una casualidad en una procesión. A Ricardo Marchena, también se lo descubría por casualidad, pero no era ningún peón, al menos no uno de campo. Pertenecía a la autodenominada selecta clase administrativa de Buenos Aires, era un oficinista. Asesinaba a nueve personas, figurando en estas su gerente, la mujer de su jefe y el presidente del banco en que trabajaba. También el tenía una relación amorosa con la esposa de su jefe. También a Marchena lo ahorcaba un grupo civiles, militantes ultracatólicos, luego de descubrir sus crímenes.

Ezequiel terminó el café con rapidez y se despidió del hombre pecoso y cano que ya estaba satisfecho por la confianza, a su parecer, por la verdad. Luego bajó a la avenida Madero y subió a un taxi. Lo esperaba un tarde de vicio con su amante. Laura había sido su alumna cuando daba cátedra de literatura francesa en una universidad privada. Era una típica niña mimada de Belgrano, no demasiado sagaz, tremendamente bonita y difícil de complacer. Tenía un cuerpo torneado, pero sin las aristas de quien alguna vez hizo algo. Hacía unos tres años que tenían un departamento en el Once, una especie de furtivo refugio para sus vidas del mundo real. Él recitaba poesías, la mayoría de las veces chapuceaba, y ella lo desvestía con devoción. Ambos tenían esposos y las cosas más o menos acomodadas.
Pero esa tarde, llegó sin ganas de entregarse al placer y vio en su ex alumna un dejo de hartazgo de todo ese departamento de la calle Mitre, de todo el ruido del Once, de su cincuentón experto en Flaubert. La encontró como harta, bebieron un par de copas e hicieron el amor mecánicamente como para justificar el encuentro. Durmieron una corta siesta. Él despertó antes que ella y miró largo rato como el sol que se filtraba por las persianas se le dibujaba manchas amarillas sobre el rubio pelo a la joven. Pensó en toda la farsa que se había generado junto su novela, en toda la historia del asesino de Junín, en como creyó que la similitud con la vida real podría parecer una mera casualidad. De golpe se encontró en el auto de su amante, llegando a la puerta del Ministerio. Una corta escalinata lo dejó dentro del ruinoso edificio.

Tenía que encontrarse con Frutos, el flamante encargado de la Educación, tan reconcentrado iba en que decir y en la farsa, que no recordaba si había besado o no a la muchacha dueña del Mercedes que lo llevó hasta allí. Se sentó en un escalón tratando de recobrar el aliento y la calma. Algo, no sabía bien qué, lo inquietaba. Decidió llamar al ministro excusarse y tomar un largo sueño en casa.
El taxi lo llevó lo más rápido que pudo a la calle Juncal, bajo una presión desmedida por las insistencias del escritor. El ascensor era una tortura eterna de tres minutos, entró a su puerta y sintió el tibio abrazo del orden desmedido que su esposa ponía en todo. Ella estaría dictando clases. Se sentó en el sofá, planeando recostarse y acompañado por una sensación de alivio. Debía mudarse de ropa y lavarse la cara. Buscó con paciencia la bata adecuada para no hacer nada y se metió en el baño turquesa. Era horrible, un ambiente que relucía y además cegaba por su vomitivo color. Se miró al espejo. Su rostro no estaba tan demacrado como esperaba pero, de acuerdo a su obsesión de los últimos años, la barba le había crecido demasiado en esas siete horas que habían pasado de la última afeitada. Entonces, la encontró.
Abrió la mampara y la encontró. Su mujer estaba desarmada en siete partes. Toda la bañera estaba tinta en sangre, sin volcarse una sola gota fuera de ella. Era Marchena, no había dudas. Todo tenía su marca.
Temblando se recostó sobre la alfombra del living. Sentía como la sangre fluía sin restricciones por sus venas, pero parecían estas demasiado angostas. Comenzó a ver borroso y se desmayó cuando se paró junto a él un hombre alto, fornido, de bigotes. Marchena, sin dudas.

-Carajo, esto es un asco- el comisario Salinas se acarició la rasa y calva cabeza con un gesto de profundo desagrado- ¿qué hizo el tipo este?- dijo, extrañamente asombrado. Fernández, perdón, el Oficial Fernández le comentó el asunto con ese estilo sintético y frío que lo caracterizaba- Sencillo, el tipo este...-miró en el informe- Roig se había cargado a Frutos y se cargó de manera idéntica a su mujer al volver a casa. Luego quiso descuartizarse a sí mismo y bueno…no llegó. Un loco- Salinas miraba todavía con desagrado las figuras desarmadas que se embolsaban para la morgue, el nombre ese “Roig” le sonaba conocido. -¿Este no es el que escribió la historia de Spivak?- dijo sintiendo el alivio de quien remedia una duda y se peinó las cejas.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Sócrates (delirio 2008)



Mordió su sándwich por tercera vez. Otro almuerzo en el museo de arte. Frente a él, una hilera de bustos que lo miraba con particular desdén. Estaban todos esos hombres cuya obra había tenido que aprender en el secundario y de los cuales hoy sólo distinguía al de Sócrates. Sus severos y determinados rostros lo examinaban desde el blanco mármol, hasta la incomodidad. Trató de imaginarse a sí mismo en la Grecia antigua, pero sólo le surgió la imagen de un hombre de túnica orinando en una columna con gestos de alivio.

Se recostó en la banqueta que mediaba en el pasillo y cerró sus ojos. Oyó acercarse y alejarse los pasos monótonos del ordenanza, escuchó algunas voces lejanas y apagadas murmurar alguna fatalidad. Soñó entonces con la vida de Sócrates. Lo figuró debatiendo con otros hombres barbados y pensativos, lo vió vomitando luego de alguna borrachera, imaginó callejeras discusiones con griegos de época y finalmente aceptando la cicuta como un trago final de experiencia. Entresueños tocó su mentón y descubrió con horror que estaba poblado por una enorme cantidad de vellos largos y grises, se despertó sobresaltado y sintió ese frío en las piernas que da una toga en invierno. Se reincorporó sentándose y olió en sus bigotes extraños el olor rancio del vino vomitado. Finalmente en su esófago reinó una inconmensurable amargura, con dejos de tétrica determinación.

Su desesperación se volvió una rabia enorme. Entre tropiezos por las sandalias, empujó al suelo a ese maldito rostro y, en su zozobrante corrida escapatoria, escuchó el lamento del mármol despedazándose. En las escalinatas del museo, delante de los gritos generalizados, sintió la suave caricia de su traje de empleado nuevamente y vió caer la blancuzca barba que le había crecido. Una vez en el tranvía y observando todos los detalles  de su apariencia descubrió que su valija del almuerzo descansaba aún en la parte inferior del banco de su siesta. 

lunes, 14 de mayo de 2012

El Novelista


“…ídolos a deshora…”
Fray A. Montesino

Había pasado los primeros diez días de su viaje de inspiración en la tranquilidad de los bosques. Agujas de pino flotando en el aire serrano. Caminatas interminables junto a los arroyos, innumerables fotografías de de verde, gris y marrón, algún cruce de miradas con féminas locales. De sus personajes ni la más mínima noticia, el anotador de su novela reposaba aún en el fondo de su bolso azul, bajo unos pantalones cortos. No le preocupaba, al fin y al cabo, la editorial pagaba toda su estadía. Una dosis de sublime bucólica no venía mal. Los hombres necesitan, a veces, alejarse de sus famélicas y torturadas creaciones, del morbo de la civilización.

Marchaba, distraído por un anochecer fresco y majestuoso, sobre el campo estrellado camino a la posada. Casi no había ruidos en la arboleda seca, tan sólo el grito suave de las hojas bajo sus pies. Un kilómetro faltaba, creía el novelista, para su destino, cuando escuchó un griterío incomprensible y no muy lejano. Arreado por una mala curiosidad se acercó, aguzó el oído para encontrar el camino hacia el ruido.
Detrás de una colina llena de tréboles se veía un descampado, llano, amarillento y pisoteado. Un grupo de personas ataviadas de blanco ejercía una rara combinación de círculos de baile enlazados. Sus danzas en ronda seguían el compás de un grupo de tambores invariable, monótono. Todos cantaban desafinadamente y a un volumen descomunal. Se erizaban sus venas y se enrojecían sus rostros. En el centro del redondel principal, otros cuatro lo cortaban por sus puntas, la ronda se mantenía estática, sus integrantes daban pequeños brincos en su lugar. Una hoguera se alzaba como una pared rodeando a un ídolo de madera. Un hombre grande y obeso giraba sobre sus pies. Vestía una camisa de plumas azulinas, su cabeza estaba echada hacia atrás, sobre su nuca, parecía a punto de caerse, de descolgarse del cuello.

El escritor estaba sorprendido y asustado, una fuerza misteriosa lo arrastraba sigilosamente hacia la reunión llameante. Se escondía detrás de las rocas y arbustos que circundaban el descampado. Cuando se detuvo, a pocos metros de las rondas de giro constante, distinguió rostros conocidos entre los danzarines. Eran los habitantes del pequeño poblado. Allí estaban el carnicero y su señora, los posaderos, el zapatero, todos los que moraban en la paz de la serranía.
Los tambores cambiaron su ritmo, súbitamente, y los cuatro círculos andantes aceleraron su paso y su aullar. Todo el ritual parecía una máquina aceitada y prolija, una serie de piezas encastradas por un ingeniero alemán. Lo intrigaban las voces sin sentido, en realidad es eso lo que lo intrigaba, la falta de sentido que tenían para él. Parecían ser ladridos o voces católicas en latín, a él le sonaban igual, le sonaban a nada. Sintió pasos cerca de su cuerpo  agachado, escondido, acobardado, no se movió. El terror pasó cuando vio al gato amarillo y blanco de ojos verdes apagados, parecía hambreado. El animalejo se restregó con la pierna velluda, hasta que el novelista optó por darle un trozo de sándwich de su excursión. El felino lo lamió con desconfianza al principio, para luego morderlo con gratitud.
La ronda parecía ir agotando sus fuerzas. No bajaba su ritmo frenético, pero en los rostros sudorosos de sus  integrantes parecía enmudecer el canto. A sus espaldas, unos arbustos se sacudieron, él se alteró, giró y el mazo cayó sobre su frente a tiempo para ser visto por sus ojos.

El sol estaba en la cresta del mediodía, quemaba los ojos del novelista. Estaba echado en el centro del descampado. Despertó. Una mujer morena y sonriente dormía junto a su cuerpo adolorido. Notó que su torso y las palmas de sus manos estaban pintados de rojo, con un polvillo mojado. A su alrededor la aureola de una fogata pasada ennegrecía el pasto pisoteado desteñido. Se incorporó, intentando sin éxito despertar a la joven a su lado. Resignado, comenzó a distinguir en el llano una ordenada dispersión de retazos de tela blanca.
Volver a la posada con el cuerpo cubierto de rojo y sólo vistiendo pantalones sería incómodo. Subió al cerro buscando un arroyuelo para enjugarse el tinte rojo, desde la altura vio que las telas blancas estaba ubicadas de manera tal que formaban una serie de cuadrados concéntricos perfecta. Se lavó las manos y la cara, el agua corría helada sobre el fondo de piedras verdosas. Su torso parecía condenado al rojo, no se quitaba la extraña pintura. Entre las rocas de la orilla divisó algo parecido a su mochila, a veces las cosas son lo que parecen. Allí estaban también sus zapatillas y su camisa azul cuadrillé. Volvió al descampado, ya no estaban en él los cuadrados, ni la muchacha dormida.
Se rascó la cabeza y luego presionó sus sienes con ambos puños. Palpó su cara y no encontró irregularidad alguna. – Tal vez esto (o lo anterior) se parte de algún sueño- pensó con los ojos cerrados- para salir, debo actuar con naturalidad- resopló.

Llegó a la posada a la hora del almuerzo. Los anfitriones rubicundos y rubio-germanos, lucían ojerosos y cansados, aunque de buen talante. La señora le sirvió un plato de guiso, el lo comió lentamente, esperando que la pesadilla terminara, esperando despertar. Todo el comedor parecía igual, los cuernos horrendos pendiendo de las paredes, los jarros de losa pintada en los estantes, todo normal, ordenado, con el mismo aire bávaro que tanto gustaba a sus dueños. Frau Müller lo llamó, alguien estaba al teléfono para él.
-Ya está, esto termina- imaginó, psicoanalítico, al levantarse del taburete- siempre que suena una campana el sueño termina.
Era su editor, le agradecía por el fantástico manuscrito que habían enviado de la novela, la obra mejor escrita de su carrera. El novelista negó rotundamente haberlo enviado, el jefe que sí, que de puño y letra, firmado con su nombre. Calló, colgó el teléfono.
Se sentó nuevamente a la mesa, perdido, desorientado. Frau Müller le había dispuesto un inmenso trozo de torta de chocolate frente a sus narices. – ¿Malas noticias?- preguntó al comensal mientras cargaban las vajilla del estofado en una bandeja. El escritor no contestó. Dejó caer su cabeza, como fruto que maduró, sobre el postre.   

martes, 8 de mayo de 2012

Desnudo muy cuidado



Vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente...
Celedonio Flores

Evangelina cierra la puerta y se saca lentamente la campera negra, la arroja sobre una silla. La luz es tenue y amarillenta, se sienta frente al espejo, enciende un juego de lámparas, nace una mucho más blanca y diáfana que marca las imperfecciones de su rostro y hace dos lagunas violáceas de sus ojeras. Apunta el control y el televisor empieza a emitir imágenes sin sonido en la esquina del camarín y solo piensa ponerle volumen si ve su nombre en los titulares del zócalo de la pantalla. Sube la silla neumática frente al espejo y los cosméticos apilados, ahora está a la altura ideal para ser maquillada. Se mira los pechos turgentes y se los acaricia casi con deleite, sabe que son hermosos. Desde el pasillo llega la voz aflautada y gangosa de Jorge, o George como le gusta que lo llamen, que entra escandalosamente a la pequeña habitación.
-¿Cómo estás divina?- le dice el muchacho, besándola sin rozar su pómulo y ruidosamente- Me enteré que anduviste por Tierra Roja anoche- comienza a pasarle un grueso y suave pincel con unos polvos rosados.
-Sí, estuve, medio aburrido, pero me pagaron buena plata- dice quitándole importancia al asunto. Gira levemente el cuello para que Jorge comience a pintar sus ojos, cuando suena su pequeño teléfono móvil. Lee presurosa el mensaje de texto y no lo deja empezar.
-Andá a dar una vuelta que me van a visitar, volvé más tarde- dice sacándose el delantal plástico que le había puesto el maquillador.
-Pero, nena, tenés que estar lista para las ocho…- dice más agudo que nunca, ella lo corta en seco- Dale, andá, por favor- y le toca el hombro fraternalmente.
-Esta al final…cada vez que le pinta un chongo…- se va protestando bajito el pintor de caras.
Ella rápidamente ordena algunas de las cosas de su camarín, liberando el diván rojo, se perfuma el cuello y se ordena con los dedos rápidamente su cabellera en desorden. Suenan dos golpecitos cortos en la puerta del camarín, ella abre.
Entra un muchacho joven, con anteojos negros, no muy alto. Ella lo besa apenas y lo toma de la cintura. Ambos se sientan en el diván.
-¿Qué te pasa? Estás raro ¿Por qué no me hablás?- y le da un beso largísimo, en el que descubre con horror una lengua afilada y femenina, rápidamente se despega del rostro enmarcado en los anteojos. Recibe el chicotazo amargo de un sopapo de la pequeña mano. La muchacha se quita los anteojos y lanza una serie de improperios. Ella todavía sigue aturdida, pero sabe perfectamente que es la novia del muchacho al que esperaba, casi una emboscada el maldito mensaje. Está en el suelo y no encuentra nada contundente para golpearla. Cae inesperadamente en un sopor y la oscuridad gana sus ojos.

-Dale, nena, abrí que falta una hora y ni empezamos- el maquillador golpea con fuerza la puerta y se toma la frente con una mano- ¡Ay, esta me va a volver loco! Bueno, entro, no me importa- abre, lanzando un viento por todo el camarín que sacude las fotos y las plumas. En el diván, Evangelina llora catatónicamente, su rostro tiene una serie de cicatrices y tiene algunos golpes sobre los brazos. Jorge entra corriendo y lentamente comienza a limpiarle con un algodón humedecido en perfume a falta de alcohol, le habla al oído con cariño, consolándola.
A los gritos pide ayuda, se acercan algunos compañero de elenco y el dueño del teatro que entra y cierra la puerta- ¿Qué es este escándalo, Jorge?- dice ahogándose y con la cara regordeta enrojecida- ¿qué le pasó?
-No sé, le dice, la encontré así- dice y la levanta suavemente desde la cintura hasta sentarla. Se lee en su frente claro y en rectas letras “PUTA”. El dueño del teatro se pasa apenas el dorso de la mano por la frente húmeda –Nadie vio nada, no sé quién le pudo haber hecho esto…- deja escapar, llorando a moco tendido y abrazándola cada vez más fuerte.
El hombre gordo se acomoda el traje y le dice- Quédate acá, que no entre nadie. Ya te mando un médico, por nada del mundo cuentes de esto- apenas asiente Jorge entre lágrimas. La puerta se cierra detrás del la corbata roja del dueño del teatro, que se limita a echar a todos diciendo que no pasó nada.
-Ahora, no soy nada, no soy nada, Yorsh, no soy nada- gime recién despierta y sollozando- miráme…- le grita y el corre la cara humedecida, su vista se pierde en el televisor donde un hombre joven habla efusivamente sin que se escuche nada.

sábado, 5 de mayo de 2012

Las Iñiguez


- La Zully era la que se pintaba siempre, las uñas y la boca de rojo- inclinó la silla hacia atrás como acercándose a su mujer que lavaba los platos en el cuarto contiguo- ¿te acordás, vieja? ¿era la Zully?- una voz balbuciente y agotada le respondió afirmativamente. El viejo se cebó otro mate amargo y mordió un pedazo de pan, sin terminar de masticar continuó - Ella andaba siempre encerrada en la casa, pobrecita si también tenía una historia. Dicen que lo del marido la enloqueció. Andaba como mirando fantasmas y vaya a saber que cosas más.
Yo estaba aburrido. No quería escuchar otra historia, definitivamente nada deseaba menos que seguir oyéndolo, pero la tormenta parecía que no iba a atemperar nunca e incluso que debería pasar la noche allí. Se sacudió unas migas del bigote mientras me daba el prólogo de lo que sería la historia de las Iñiguez. Me resigné.
-El viejo las había criado pa` que fueran pillas como él. Había sido hijo de peones y no quería que las vivieran. Además le servían, él tenía toda la idea de ser intendente. Le sobraba guita, pero como era un burro, le faltaban contactos. Mirá que el viejo no era maleducado ni mucho menos, pero era demasiado porfiao y se pasaba el día con la peonada, controlándola. Yo le conocía bien el patrimonio porque le ayudaba con los números y el me pagaba la escuela. Tipo porfiado como pocos- se acercó otro mate cebado a la comisura de los labios- pero no era malo, le picaba poder mandar cada vez a más.- succionó ruidosamente la bombilla- Y en eso las hijas le había salido bonitas a la madre, que se fue cuando nació la Zully. Las hermanas la culpaban de la muerte, la Zully era linda, tal vez no la más linda, pero de buen corazón ¿vió? Incapaz de hacerle mal a nadie. Pero las tres mayores eran malos bichos, después ellas mismas lo mostraron.
Miré por la ventana mientras mi relator se distrajo en ir a buscar agua para el mate, el aguacero parecía más rabioso todavía. Se sacudía además el pasto con el viento, una especie de huracán que levantaba tierra y traía agua. La entrada del rancho estaba cubierta de un fango que tardaría varios días en secarse, definitivamente ahora tenía que rendirme a escuchar un rato más la historia. Rodolfo volvió con más agua y trajo consigo a su mujer para que cebe. Ella se sentó a la mesa y antes de comenzar nada, emprolijó el mantel, intentaba dar siempre una apariencia menos rústica, pero las manchas de grasa sobre el estampado floreado no la ayudaba- Ellas eran malas- dijo la mujer, aprovechando el silencio de su marido encendiendo la pipa- todos lo sabían, una quiso tentarlo al padre Andrés, eso se dijo. Y bueno, lo de los maridos…- el suyo la interrumpió sin violencia, casi como por no alterar el orden natural- Claro, el viejo necesitaba contacto con la otra familia que manejaba los campos por acá. Los Álzaga tenían varios tambos y eran siempre amigos del intendente. Eran gente con otro roce, andaban por la Capital, los hijos andaban por Francia y hasta alguno en el ejército. Iñiguez, que se moría de ganas de conseguir la intendencia, se avivó de que si las casaba a los hijos con los hijos de ellos, se le podía dar. Y si la pegaba, salía como chancho e` los maizales. Entonces empezó a ir de los Álzaga, le llevaba flores a la vieja y tomaba el vermú con el padre. Mandó a las hijas unos meses a la capital a un internado a que aprendieran las maneras de las damitas educadas- interrumpió, sorbió el mate. Su mujer me ofrece algo de comer y mientras le rechazo agradecidamente, mira por la ventana.- Che Viejo, mejor le armo la cama que era del Julián…-yo estaba por empezar a negarme- mirá como está la sudestada. El hombre asintió con la cabeza y me dijo- Mejor se queda Efraín, no va a poder salir en coche y si sale a caballo se va a engripar. Le armamos un cuartito y cuando pare sale para el pueblo- me miró acariciándose la barba tupida y blanca. Me limité a asentir con la cabeza y dejar un “sí, así es mejor” entre dientes. Estaba absolutamente ahogado por la situación y además todavía parecía quedar un buen tramo de relato. Sorbí el mate y se lo devolví.
-¿Dónde andábamos?...ah, en lo del viejo. Cuando las chicas volvieron de Buenos Aires, ya tenían el casorio armado y toda la fiesta casi lista. Las cuatro de Iñiguez y los cuatro mayores de Álzaga. Se corrió la bola. Si hasta se estaba repintando la Iglesia y llenaron la plaza del pueblo de rosales. Dicen que el viejo no dormía para preparar todo el festejo, a mí me había dado libre hasta pasada la luna del miel. Las tres hijas mayores estaban enojadísimas, se la pasaban de llanto y rabieta, partieron jarrones al por mayor hasta que Iñiguez las puso en su lugar. Zully era la única que no había dicho nada, siempre era obediente y el viejo la quería por eso- se rascó el mentón y chupó largamente la calabaza hasta hacer el chirrido caraterístico. La cebó y me la pasó, encendió una vez más el tabaco.
La lluvia no cesaba y la dueña de casa se sentaba nuevamente junto a nosotros, había dejado el cuarto listo para mí y calentaba una bañera de agua para cuando yo quisiera.
- ¿te acordás vieja del casorio de las Iñiguez?- dijo casi como instándola a que largue lengua y me condene a un rato más de lata, y ella:- Sí, usté no se imagina, todo el pueblo iba. La peonada por un lao y los familiares por el otro. Dicen que había asao para dos mil, yo no sé si era tan así, pero había mucha comida y vino. Las viera, que bonitas a las hijas, todas de blanco, con el tocado de jazmines. Y ellos también,  eh, el mayor con el uniforme de la marina, muy elegante todo. Con Jacinta decíamos que iba a durar dos días el festejo, pero se comentaba lo de las chicas, digo, que estaban malas con el tema- el viejo cruzó el brazo para devolverle el mate y acallarla, tomó la posta del relato. Yo no podía dejar de pensar en que debía estar en casa durmiendo.- Decían que habían ido a ver a una bruja, que la criada de ellas les había llevado a las mayores, para que no durara. La cosa es que la única que estaba contenta era la Zully. Ella se había enamorado de su marido, lo quería y estaba muy contenta, como que había apagado un poco todo ese odio de las hermanas. La fiesta pasó sin quilombos, algún borracho cruzao, algún desubicado con las mujeres, lo de todos los casorios.- el viejo mandó a la mujer a calentar el mate y vació la pipa, se zampó un pedazo más de pan- Pero, lo que empieza mal, termina mal. Dicen que la noche de bodas las mayores los evenenaron, otros dicen que la bruja les hizo un hechizo terrible. La cosa es que amanecieron los tres mayores muertos. Se cuenta que olían a podrido y que el viejo Iñiguez contaba que tenían la cara trabada en una sonrisa como estirada, como agarrada con ganchos. Las pibas aparecieron llorando, se planeaba el velorio, el cura Andrés iba y venía de acá para allá, que levando un rosario, que rezando por alguien, que consolando a las viudas.
Un postigón de las ventanas se abrió de golpe y el viento empujo la ventana hacia adentro. Flameó mientras el viejo le gritaba a su esposa que viniera a cerrarla. Llegó corriendo con la pava y el mate. Cerró todo. Obviamente, el tiempo no mejoraba, se reía de mí. El relato prosiguió, no sin hacer una nota al pie acerca de lo raro que era el asunto que justo cuando hablábamos se abría la ventana, “cosa e` mandinga” decía la mujer.
-La cosa es que…- interrumpió para estornudar sonoramente y sonarse la nariz con un pañuelo mugroso, por ahí, pensé, la bruja me había agarrado a mí también-cuando se supo todo el asunto se hicieron las exequias, se dijo que habían muerto del corazón. Los enterraron, se armó inquina entre familias, a las pibas las mandaron lejos (la verdá ni se sabe a donde). El viejo Iñiguez se puso más duro que nunca con la peonada y quedaba nada más que la Zully con él en casa- se llevó a la boca el último pedazo de pan que había sobre la mesa y mientras lo masticaba, su mujer me recordó la tina de agua de la que dispondría antes de acostarme- Bueno, entonces…- masculló mientras terminaba el pan- no va que, para desgracia de Zully, al marido lo llaman del ejército para un juicio marcial. Parece que había puenteado a un milico con unas compras o algo así, lo mandaron a una base en Jujuy. El viejo le pidió a Zully que se quede con él, que no viaje. Ella se quedó, pero andaba muy mal, parece que lo lloraba al marido, que encima el viejo estaba cada vez peor.
Entró el perro de la casa, se me abalanzó cariñosamente. El animal estaba mojado, tenía las patas embarradas y babeaba demasiado, además tenía ese aspecto de cuzco campestre que tanto me desagradaba. El dueño me lo sacó que encima, pero ya su pata derecha había marcado con barro mi camisa para siempre. Maldije el día en que ese cánido desgraciado había nacido. Supuse que notaron mi desagrado cuando con dolor lo mandaron al patio a mojarse.
-Disculpe, pasa que no viene mucha gente por acá- “¿quién querrá escuchar sus historias”pensé y asentí con la cabeza con una seña de “no hay problema”- bueno, entonces, el viejo se había puesto insufrible, parece que le pegaba a los peones y la maltrataba a la hija, estaba rayado. La cosa es que encima de todo, parece que el marido de ella, se había juntado con una mujer allá en Jujuy (piense que habían pasado como seis meses). Cuando se enteró se encerró en el cuarto durante días, no comía, no tomaba y esto terminaba de volver loco a Iñiguez- se escuchaba el ladrido y los aullidos lastimeros del perro mojándose desconsoladamente, pensé en decirle que lo meta nuevamente en la casa durante dos segundos- En uno de esos ataques, un peón lo acuchilló y murió. Se quedó frío. Igual siempre se dijo que era una venganza de los Álzaga. El peón fue preso y tuvieron que sacar a la Zully del cuarto. Dicen que apenas podía caminar del hambre y que no podía ni hablar. La tuvieron internada unos días y recuperó el peso, se puso más o menos en pie. Siempre lloraba, lloraba y se sentaba en la puerta del casco de la estancia, se pintaba las uñas, una y otra vez, de rojo- mandó a su mujer a la cama y se estiró largamente dejando escapar un sonido de huesos chocándose y un bostezo- está loca, yo creo. Bueno cuando lo disponga se puede ir a dormir ¿se le ofrece algo? ¿algo de comer?¿una copita?- yo lo miré con ojos que deben haber sido hirientes y pensé “un final para su historia”.
Esa misma noche huí a caballo, dejando una carta excusándome, irónicamente en tinta roja.

viernes, 4 de mayo de 2012

Doméstico (un clásico de los rechazados en concursos)



Lo veía raro, pensaba: tendrá otra. La idea la aterraba. Pero hacía varios días que nada parecía satisfacerlo. Sus palabras eran amables y vacías, como la cabeza de una muñeca de porcelana. Estaba desesperada, había caído incluso en el burdo truco de hacer las cosas que sabía que le desagradaban. Quemaba la comida o no la salaba, dejaba que el desorden se acumulara, hasta pidió prestado a su hermano un pantalón para hacerle creer que había otro. Él, un corderito, no alzaba siquiera su ronca voz. Poco era lo que le pedía y lo hacía con una extraña educación, un “por favor” colosal lo inundaba.

Se sirvió lentamente la cerveza en el pequeño vaso de vidrio, el sonido de la caída fue apagado por el paso de un colectivo. Luego sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su sucia camisa azul y encendió uno- ¿Sabés que pasa, Raúl? Yo creo que ya no me quiere- se llevó el vaso a la boca y sorbió un poco- yo fui muy hijo de puta. Estoy recibiendo lo que merezco, no puedo esperar que me perdone- los dos se miraron. Raúl se paso la mano áspera por la calva que ornaba su cabeza olivácea. Esta vez, no sólo el cansancio invadía sus rostros. No sabía como continuar esa charla incómoda, pero se aferró a lo poco que le quedaba de piedad por su compañero- Mirá- dijo luego de masticar un poco de maní- por ahí, por ahí lo importante sea hablarlo. Cuando tengo un problema con la patrona se soluciona hablando y después reconciliás todo bien, digamos, no sé como será el asunto, pero…- se calló. Mario miraba pasar las prostitutas camino a la esquina, pero más miraba pasar el tiempo, no quería volver a casa. Raúl no sabía que pensar o que hacer- Escuchame ¿querés venir a casa?- no se daba cuenta en que quilombo se estaba metiendo, pero prosiguió, a veces un afecto no nos deja pensar- Total, te pegás un baño, dormís y mañana vamos juntos a la obra…- Mario escuchó y no oyó- No, te agradezco. Hoy voy a poner las cartas sobre la mesa y que sea lo que Dios quiera…- y se acercó al mostrador a pagar la cerveza y saludar al dueño del bar.

-No pienso esperar a que me lo diga- Miriam agitada, juntaba desprolijamente sobre la cama una montaña de ropa- ¿o se cree que estoy para cuando le dé la gana?- miró el moretón oscuro sobre la pierna derecha y sintió pena, hasta añoranza. Kevin, dormía en el cochecito y un hilo de baba recorría su rostro acalorado.- Me voy a lo de mamá y después veré- tomó una pesada y mohosa valija de atrás del placard- no lo quiero ver más, ya está. Afuera el sol se apagaba sobre la zanja y un par de bicicletas cortaban polvo en la calle. Temblorosa y cargada, Miriam dejó su carta sobre la mesa y salió a tomar el colectivo. El viaje era largo y el niño se le resbalaba entre las manos. Estaba entre dormida y despierta y, como movida por un instinto ritual, nunca se relajaba lo suficiente para dejarlo caer. Las manos, una encima de la otra, se deslizaban lentamente, pero nunca llegaba a separarse. Finalmente las cruzó con fuerza, hasta que sus dedos entrelazados formaron un tejido indestructible. Se durmió.

Cuando llegó, estaba dispuesto a ceder todo ante la mujer que amaba, a decirle que a partir de ahora se comportaría como en los últimos días, que la violencia se había esfumado de él. Que la quería demasiado para dejarla ir. Pero luego de pasar la puerta de alambrado no la encontró. Seguramente se había ido a hacer un mandado. Entró en la casa y se sentó a la mesa redonda de aglomerado. La noche había caído sobre el patio pletórico de barro y agua jabonosa. Él fue a su pieza con la intención de cambiarse y encontró un sobre, yaciendo sobre la cama sin frazada. Era la carta de Miriam, se había ido, al parecer pensaba que él la engañaba. Mario estaba furioso y confundido. Destrozó a patadas el placard casi vacío. Luego se recostó sobre la cama y fumó. Miró sus manos aguerridas y ajadas, y pensó en lo inútiles que eran. 

lunes, 30 de abril de 2012

El Cordón


“La sustancia del conjunto universal es dócil y maleable…”
Marco Aurelio

Farace dejó caer sobre el escritorio su reloj y se frotó los ojos, para luego, arremangado,reclinarse sobre su sillón. Estuvo con los ojos cerrados, escuchando como el resto de la oficina se despedía y, cada vez más reconfortado, comenzó a encarar su propia salida del trabajo.
Buenos Aires se cocinaba a fuego lento. El sol seguía riéndose, casi como insinuando que no se iría por lo menos en un rato. Enero tiene esas cosas, todos apurados, pero lentos. Los colectivos parecían hasta cansados de pelear contra un tiempo inexistente. En ese cansancio, en ese fragor pasado, reinaba una especie de paz. A la altura de la estación Malabia, el subte se quedó atorado. En el interior Farace,
como otro montón de pasajeros aunados en la enajenada orgía de la vuelta a casa,quedaron entre atónitos y calladamente indignados. Vieron pasar peligrosamente por la vía un par de técnicos como sombras grises y temerarias. Arrancó nuevamente con un cabeceo brusco y haciendo despertar a los afortunados que viajaban sentados. Con una tranquilidad excesiva anduvo nuevamente por algunos segundos hasta que volvió a detenerse. Esta vez, las luces se apagaron.
Se abrieron las puertas de los vagones, cayendo ridículamente los embutidos usuarios sobre el costado de las vías. Un policía se acercó al enervado grupo y con inusitada cortesía les indicó que caminasen por el margen derecho hasta la estación anterior. Con premura y casi resumiendo en su rostro la resignación de viajar más apretados aún, el pasajerío volvía sobre los pasos del tren. – Lástima- pensó Farace- solamente una antes de Dorrego…que se venga a quedar…
Súbitamente se vio caminando por el margen contrario de la vía y en sentido contrario de la manada del pasaje. Un par de cuadras por el túnel no le hacen mal a nadie y además, no quiero volver a subir a esa lata de porquería- dejó salir una bocanada de aire sucio y viciado, mientras esquivaba una rata. El canal de parto debe ser algo así.
Divagó pensando en su cuñada preñada. La luz de la estación se veía cada vez más cerca, hasta divisaba los perfiles los que esperaban el tren hacia Alem. Así, un tubo, sin ratas, imaginó. Un ruido infernal lo aturdió, una formación amarilla con cara de dragón había arrancado y se le acercaba a toda máquina. Las luces del aparato lo cegaban y la bocina lo aturdía, se tropezó y quedó pegado a la pared.
Se cruzó con unos doscientos pares de ojos anonadados y lloró. Lloró por la vergüenza, lloró como hacía años no lo hacía. Sus piernas estaban adoloridas y paralizadas. Un sueño terrible, como de anestesia, lo invadía. Escuchó la voz de su madre, para luego descubrir a un oficial bigotudo y mucho menos amable que lo levantaba de las solapas y tomaba su brazo derecho mientras le preguntaba mil cosas que no podía responder.
Lo sentaron en un banco de la boletería, mientras esperaban una ambulancia, le dieron un vaso de agua.

Mañana no iría a la oficina.

sábado, 28 de abril de 2012

La tercera persona (2009)


Se acostará, como siempre, a la hora en que comienza el ritual celoso de los gatos. Levantado el cobertor verde, se sentará sobre la cama, programará el despertador y beberá sin entusiasmo un sorbo de agua para tragar los somníferos.
Luego, recostado, mirará la curva del hombro de su esposa, que le dará la espalda mientras deja salir esas exhalaciones que no llegan a ser ronquido, son más bien rumores de desprecio. Una vez apagada la luz, se estirará cuan largo es, dejando salir un bufido y se acariciará las sienes y los párpados. La oscuridad habrá a esa altura atenuado, permitiéndole ver los arabescos del papel tapiz junto a su cama y como se sacude el árbol junto a su ventana, dejando entrar un  tufo a ramas secas. Contando las puntas de las flores que ocultan el blanco de su almohada, irá dejando caer en reposo sus miembros exhaustos.

Ve entrar sus pies entonces al jardín de los Macías, ese en el que hollaba el pasto en su infancia, y se acerca a la fuente asediada por hiedras, el día es claro, sopla un viento casi imperceptible. A lo lejos se escucha la voz de una anciana cantando en italiano, quizás su abuela. Con la espalda apoyada sobre el nacimiento de la fuente, ve sobre sus pies una hormiga que se balancea en la punta de su dedo meñique. Una mancha rosa se balancea cerca suyo, un vaho como de fresias recién cortadas y de golpe distingue la cara blanca de Marina sonriéndole.
Luego, todo se vuelve más confuso. Los labios de ambos se mueven, pero no dejan salir ninguna palabra, incluso sus ademanes parecen incomprensibles. El viento se hace de golpe una sucesión de ráfagas incontenibles. Casi no deja oír la caída del agua en la fuente o el silbido de Marina que camina en derredor suyo bailoteando.
Su esposa para ese momento se habrá girado y habrá depositado sobre su velludo y abultado abdomen una mano fría y en la nunca esa misma respiración desagradablemente sonora.
El pasto recién cortado parece hacerse una sucesión de agujas que le perfora los muslos y los pies sin fuerza, como por inercia. Marina se detuvo y lo mira, sus ojos castaños parecen húmedos y preocupados. Se acerca a usted, que cada vez comprende menos, y le susurra al oído “ye tém”. 

Dejaré salir por mi nariz una espesa nube de humo blanco y abriré la ventanilla del automóvil. El barrio estará más quieto que nunca, la luna apenas ilumina el empedrado y todas las casas están apagadas. En el reloj, las tres y cuarto. Me reclinaré un poco hacia atrás y daré una orden precisa al pasajero de atrás.
Me acomodaré los ridículos anteojos negros y reharé minuciosamente la raya de mi pantalón, escuchando el golpe de las botas al bajar del auto. Ahora ellos irán por usted.  

miércoles, 25 de abril de 2012

Expulsión (2008)

                                                                                  A una Julieta lejana en el tiempo, por no ser intimista.

“..¿de qué valdrá que íntegro sintamos
nuestro vigor o nuestro ser eterno
para sufrir un eterno castigo?..”

John Milton


-¿Qué pasó?- había cruzado la calle mirando todas nuestras cosas en la vereda de casa. Mis compañeros estaban sentados, tapados por una raída frazada rosa y tomando mate. El Rata me contestó- Cayó la yuta hoy a las ocho y nos desalojó, tiraron todo a la calle…- me alejé de él rápidamente, sin dejarle continuar su relato. A pocos metros de los muchachos había un portón, una vez que me acomodé allí, continué la historia:
“…entonces Ramírez tomó el trozo de metal del piso. Estaba ensangrentado y notó aún más
su peso. Yacía a sus pies el cadáver de su jefe…”


- Che, Lucas ¿qué pensás hacer? ¿estás enojado con nosotros?- Luisa se acercó a mí y me miraba con sus ojos verdetristes, esperando una respuesta. No sabía que decirle, estaba seguro que la culpa era de ellos. Siempre hacían todo lo posible porque nos desalojaran. Estire mi mano con un atado de cigarrillos hasta ella, tomó uno. Le pedí que se vaya dulcemente. La luz eléctrica taponaba cualquier intento de luna y yo proseguí.
“…todavía olía al caro perfume francés que utilizaba. Le revisó los bolsillos y tomó un
puro de su chaleco. Lo encendió y se sentó en el sillon rojo de mando, poniendo sus pies en
la espalda del cadáver…”

Una rata se escabulló entre la pila de cosas que había enfrente, mejor sería sacar lo poco que pudiese llevar conmigo.Tomé mis libros, unos pantalones azules y una chomba verde, no había mucho más. Junto a mis cosas estaban las de Luisa. Ella estaba seguramente en los brazos del Rata, intentando conseguir algún pasatiempo para esa noche fría en la intemperie. No pude resistirme y tomé sus sábanas. Eran rosadas y estaban gastadas, olían a todos, pero yo sólo distinguía el olor desu piel, una fragancia que mezclaba pasto y perfume barato. Las metí en mi bolso, aún no sabía por qué.

Al volver a cruzar hice todos mis esfuerzos por no mirar a los exiliados y sentarme lo más rápido posible a escribir.“…-¿cómo saldré de esta?- dijo el asesino en voz alta, casi sin querer. Le corrió un rumor espeso y helado por las venas, se miró el cristo tatuado en el antebrazo. La culpa puede ser un gran monstruo que tapa la vista…”
- ¿no pensás decir nada?- el Raúl se sentó a mi lado, llevaba en su mano una botella de vino y
en su aliento unas cuantas más, se veía más triste que de costumbre- ¿adónde vas a ir?- me ponía nervioso, balbuceaba casi lloriqueando.
- No sé, no tengo idea, Raúl, no tenía planes de que nos echaran tan pronto- me puse seguramente rojizo y di por concluída la charla-por favor, no me jodan más, déjenme escribir.
“…y enflaquece las manos tintas en sangre.El asesino se arremangó y comenzó a cargar todo lo que pareciera de valor en su mochila.Cargó las plumas de oro, el reloj, los billetes, la chequera, un revólver con cachas de perla. Luego vació el depósito de la lámpara de kerosén sobre el cadáver y todo el cuarto. Se dejó caer una vez más en el sillón, aferrándose a su bolsa. Ahora el daño estaba perpetuado. Su jefe muerto y las llamas a punto de encenderse…”

Un gato negro y blanco se sentó junto a mí, me olisqueaba y se restregaba contra mi mano, su actitud mendicante me exasperó por un momento, pero terminé por darle un trozo del pan que llevaba en el bolso y mirarlo comer con deleite. Sentía hambre, pero más aún frío. Y ya eran las tres y cuarto, pero todavía faltaba mucho para que el sol saliese, la luz de los faroles se volvía tenue.
“…Su madre nunca lo entendería, lo mejor sería dejarle el dinero y fugarse. Tal vez a Sudamérica y empezar todo nuevamente…”
-Lucas…- la mano de Luisa se deslizó con suavidad sobre mis cabellos y acarició mis orejas. Su voz era la más dulce que había oído en mi vida- ¿te vas ir después de esto?- recordé las sábanas y tuve el impulso de acercarme a ella para olerla y memorizar su perfume. Quería que ese recuerdo tapara el real olor de los trozos de tela que me quedarían de ella. Intentó besarme y la aparté, no quería otra treta, además no había luna que me distrajese.
- Me voy a ir, sí, no sé adonde, pero me voy a ir- le dije con todo de padre enojado- y sin vos, no quiero verte, ni a ninguno de ustedes. Andáte, dejáme en paz. Ella se quedó a pocos centímetros de mí con la mirada mojada y perdida, se le agitaba un poco el pecho entre sollozos, casi sin darse cuenta de su postura exhibicionista y lasciva, con las piernas abiertas y la pollera corta.
“…Se apoltronó un poco más en el sillón. Nunca se había sentando en un lugar así. No debía pasar mucho tiempo hasta que desatara el incendio, pensó que sospecharían de otro modo. Los leños en la chimenea comenzaban a consumirse y empezaría a hacer frío…”
Me detuve y miré a Luisa. Seguía llorando, ahora tenía la cara entre las palmas de sus manos y se ceñía su campera al cuerpo con los codos. Sentí un poco de pena por ella, casi hasta olvidar su facilidad para acariciar la entrepierna de otros hombres y robarme el dinero que escondía en los pliegues del colchón que ahora se congelaba en la montaña de trastos que bloqueaba la vereda de enfrente.
“…Poco a poco fue quedándose dormido. Le pesaron los ojos y las piernas, se estiró sobre
el sillón de cuero y se reclinó un poco más…”
La birome comenzaba a fallarme, me detuve un instante y la agité, luego intenté calentar la bolilla de la misma con mi aliento. Luisa se había quedado dormida entre llantos, tenía la cabeza echada sobre su pecho y respiraba con dificultad. Sólo dormida uno podía atinar la escasa edad que ostentaba. Allí su cara tenía un rictus menos apagado y sus manos se cerraban delicadamente. Las cinco y cinco. Faltaba una hora para el amanecer, todos se habían quedado dormidos.
Tomé la petaca de mi bolsillo y eché un trago de ginebra, para despertarme y para pasar el frío. Me levanté con pereza y, escabulléndome entre las pertenencias que moraban en la vereda, me metí en la casa que nos habían quitado. Subí la escalera, con cuidado, el eco era terrible, y entré en el que había sido mi cuarto. En las puertas del placard aún quedaban tallados los extractos de Rimbaud que le había recitado a Luisa, y dentro de él estaba todo el dinero que había recaudado en mis años de pillería y hurtos. No era mucho, pero era lo que quedaba. Abrí un postigo y me senté a concluir mi relato: “…terminó por dormirse. Soñaba con las cosas que su madre podría hacer con el dinero, luego con su casa en el futuro, una mujer negra a su lado y mucho niños correteando por una granja en Brasil. El sueño se volvía más y más profundo, lo hundía. Se reclinó un poco más, las patas delanteras del sillón se habían despegado del suelo.Una chispa se escapo de entre los leños ardientes, cayó sobre el kerosén sin llegar a encenderse…” la luz se hacía más vívida, ya era luz de día, escuché unos coches rodar en la avenida. Bajé y salí.

Crucé la calle y me apoyé en la pared junto a Luisa, le besé la nuca y continué “…El sillón se inclinó, cada vez más lejos de su postura normal. Adán distribuía su peso de manera cada vez más dispareja. Finalmente el respaldo del asiento tocó el suelo, la cabeza del asesino dio un golpe y tronido contra el mármol, dejando escapar un hilo de sangre que se mezcló con el charco de kerosén…”
- Terminé- me dije a mi mismo en voz alta y casi sin proponermelo. Luisa estaba ahora completamente sobre mi costado. Me levanté con cuidado y la desperté.
Sólo la miré y le hice señas para que se fuera conmigo. Lentamente comenzamos a bajar la calle para el lado del puerto, sin despertar a nadie.