miércoles, 11 de abril de 2012

Mármoles

“O truant Muse, what shall be thy amends
For thy neglect of truth in beauty died?”
William Shakeaspeare (Soneto XXXV)


-¿Realmente crees que sos tan importante?- rugió Vicente- Estoy harto. Chau- y dejó caer
con fuerza el tubo del teléfono. El sonido lo hizo caer en cuenta de algo, realmente ella eraasí de importante.
Se sentó y miró a su alrededor…La mañana se extendía como una marea blanca sobre todos
los objetos sobre el piso de madera. Tenía que terminar el trabajo para Geuburs en tres días y no tenía nada más que cinco bloques de mármol. Cinco cubos inexpresivos que cortaban
el aire con sus aristas lisas.

Primero fue la desazón, esa horrible sensación de tener la culpa del propio naufragio.
Luego, devino en bríos furiosos, detuvo su marcha derrotada y se puso a trabajar, después
de todo, de eso vivía. A cada golpe de cincel, se decía para sus adentros:- yo estudié, yo
sé que la inspiración no existe- y mientras se secaba el sudor plagado de polvo blancuzco-
tendré que abandonar estos romanticismos ridículos, tal como lo hice con ella.

Dos días. Dos días sin interrupciones, parando únicamente para comer lo necesario para no
desfallecer. Cuarenta y ocho horas de roer la piedra buscando generar vida., de pensar en
lo que faltaba para entregar los trabajos. Ese jueves por la mañana se sintió casi completo,como reconfortado por su capacidad de olvidar.
Durmió seis largas horas, el cansancio le hizo olvidar el hueco junto a él en el colchón,el
ruido de la avenida y hasta el golpe del tubo sobre el teléfono negro. Despertó renovado,
como atento a cada movimiento de los árboles por el viento. Llamó a Geuburs, le pidió
que vinieran a buscar las obras y el hombre rollizo al otro lado de la línea le manifestó su alegría por el profesionalismo que había manifestado -¿Qué palabra rara “profesional”?-
pensó él mientras escuchaba intentando asociarla a su nombre.

Limpio y triunfante miró las obras en su taller. Estaban muertas. Estériles cubos disfrazadosde árbol, de mujer, de niño, de ave y de caballo. Cada una que miraba, acentuaba más la muerte. Deseó destruir todo, tomar la maza de tres kilos que descansaba en la esquina del cuarto y destrozar todo. Pensó en las veces que había hecho esto. Pensó en el hambre,pensó en ella. Se sentó apoyando la espalda en la pared y miró como las
hojas de un árbol real dibujaban su sombra sobre las piernas del niño muerto. Sus ojos eran
de mármol.

Los fleteros llevaron con cuidado las obras, el viajó con ellas en la parte trasera del camión.
Escuchando el sonido de sus voces y el de una radio incomprensible. La visión se perdía
en el avance del camión, tuvo la impresión de que la ciudad entera había sido alguna vez
esculpida por el, de que la sangre de todos se vertía en el sumidero de la rutina.

Ya en la galería Geuburs lo recibió. Lo sentó en su oficina finamente decorada (fría) y lo
hizo esperar mientras hacía acomodar sus obras. El ambiente se le hizo insoportable. Las
paredes pintadas de morado se volvían sobre su cuerpo desgastado por el trabajo sin pausas,
unas pinturas horribles lo miraban juzgándolo. La mujer pelirroja desplegada sobre el
diván, se esforzaba por esconder su lujuria a los ojos del escultor. Se paró él, caminó sobre la moqueta y cerró los ojos, dando círculos. El sonido de un cuarteto de cuerdas que reinaba en el despacho del curador, parecía echar sobre el dieciséis látigos en Mi.

El hombre gordo volvió. Su cara rojiza lucía una sonrisa estirada con ganchos en los
pómulos grasosos. Hablaba rápidamente y emocionado, pensaba en el éxito de su
exposición. El escultor seguía oprimido por la mirada de las pinturas. Escuchaba, pero
intentaba olvidar que quien le hablaba era dueño de todos miembros repartidos en el cuarto
y en la galería entera. Geuburs estaba confundido por la falta de atención que recibía, él
se disculpaba, atribuía esto al trabajo de estos días. Sí, visitaría a su hija, no se preocupe Geuburs. Sí, estamos algo distanciados con mi mujer, pero son cosas que pasan (comopasan las estatuas de las ciudades). Dio un apretón de manos al curador. Se miraron, el hombre gordo le puso ojos paternales como de compresión y de falsa paternidad putativa a
la vez, el escultor no hizo caso.

Antes de tomar un taxi para volver a su casa, a la cripta de sus anteriores creaciones, se
detuvo a mirar su mujer de piedra. Tenía las piernas cruzadas y parecía no entender nada.
Sólo le pidió un favor al curador-Póngalas a nombre de un seudónimo- el curador lo miró
algo sorprendido, a decir verdad el escultor nunca había utilizado un seudónimo- Elija el
que le plazca, no importa demasiado el nombre-. El traje marrón se movió en el aire para
detener la salida del tallador- ¿por qué quiere usted un seudónimo?- inquirió tímidamente,
la curiosidad agusanaba sus vísceras comerciales. –No es nada, es por si viene ella- dijo
Vicente antes de subir a un taxi lujoso del centro.

Geuburs quedó sorprendido de la importancia que tenía su hija. Se acercó a las obras y
escribió en los trozos de cartón que pendían de un piolín en cada escultura y escribió,
con la Parker negra, tachando el nombre de Vicente, “José Farbik”. Luego sus empleados rearmarían los carteles.

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