miércoles, 25 de abril de 2012

Expulsión (2008)

                                                                                  A una Julieta lejana en el tiempo, por no ser intimista.

“..¿de qué valdrá que íntegro sintamos
nuestro vigor o nuestro ser eterno
para sufrir un eterno castigo?..”

John Milton


-¿Qué pasó?- había cruzado la calle mirando todas nuestras cosas en la vereda de casa. Mis compañeros estaban sentados, tapados por una raída frazada rosa y tomando mate. El Rata me contestó- Cayó la yuta hoy a las ocho y nos desalojó, tiraron todo a la calle…- me alejé de él rápidamente, sin dejarle continuar su relato. A pocos metros de los muchachos había un portón, una vez que me acomodé allí, continué la historia:
“…entonces Ramírez tomó el trozo de metal del piso. Estaba ensangrentado y notó aún más
su peso. Yacía a sus pies el cadáver de su jefe…”


- Che, Lucas ¿qué pensás hacer? ¿estás enojado con nosotros?- Luisa se acercó a mí y me miraba con sus ojos verdetristes, esperando una respuesta. No sabía que decirle, estaba seguro que la culpa era de ellos. Siempre hacían todo lo posible porque nos desalojaran. Estire mi mano con un atado de cigarrillos hasta ella, tomó uno. Le pedí que se vaya dulcemente. La luz eléctrica taponaba cualquier intento de luna y yo proseguí.
“…todavía olía al caro perfume francés que utilizaba. Le revisó los bolsillos y tomó un
puro de su chaleco. Lo encendió y se sentó en el sillon rojo de mando, poniendo sus pies en
la espalda del cadáver…”

Una rata se escabulló entre la pila de cosas que había enfrente, mejor sería sacar lo poco que pudiese llevar conmigo.Tomé mis libros, unos pantalones azules y una chomba verde, no había mucho más. Junto a mis cosas estaban las de Luisa. Ella estaba seguramente en los brazos del Rata, intentando conseguir algún pasatiempo para esa noche fría en la intemperie. No pude resistirme y tomé sus sábanas. Eran rosadas y estaban gastadas, olían a todos, pero yo sólo distinguía el olor desu piel, una fragancia que mezclaba pasto y perfume barato. Las metí en mi bolso, aún no sabía por qué.

Al volver a cruzar hice todos mis esfuerzos por no mirar a los exiliados y sentarme lo más rápido posible a escribir.“…-¿cómo saldré de esta?- dijo el asesino en voz alta, casi sin querer. Le corrió un rumor espeso y helado por las venas, se miró el cristo tatuado en el antebrazo. La culpa puede ser un gran monstruo que tapa la vista…”
- ¿no pensás decir nada?- el Raúl se sentó a mi lado, llevaba en su mano una botella de vino y
en su aliento unas cuantas más, se veía más triste que de costumbre- ¿adónde vas a ir?- me ponía nervioso, balbuceaba casi lloriqueando.
- No sé, no tengo idea, Raúl, no tenía planes de que nos echaran tan pronto- me puse seguramente rojizo y di por concluída la charla-por favor, no me jodan más, déjenme escribir.
“…y enflaquece las manos tintas en sangre.El asesino se arremangó y comenzó a cargar todo lo que pareciera de valor en su mochila.Cargó las plumas de oro, el reloj, los billetes, la chequera, un revólver con cachas de perla. Luego vació el depósito de la lámpara de kerosén sobre el cadáver y todo el cuarto. Se dejó caer una vez más en el sillón, aferrándose a su bolsa. Ahora el daño estaba perpetuado. Su jefe muerto y las llamas a punto de encenderse…”

Un gato negro y blanco se sentó junto a mí, me olisqueaba y se restregaba contra mi mano, su actitud mendicante me exasperó por un momento, pero terminé por darle un trozo del pan que llevaba en el bolso y mirarlo comer con deleite. Sentía hambre, pero más aún frío. Y ya eran las tres y cuarto, pero todavía faltaba mucho para que el sol saliese, la luz de los faroles se volvía tenue.
“…Su madre nunca lo entendería, lo mejor sería dejarle el dinero y fugarse. Tal vez a Sudamérica y empezar todo nuevamente…”
-Lucas…- la mano de Luisa se deslizó con suavidad sobre mis cabellos y acarició mis orejas. Su voz era la más dulce que había oído en mi vida- ¿te vas ir después de esto?- recordé las sábanas y tuve el impulso de acercarme a ella para olerla y memorizar su perfume. Quería que ese recuerdo tapara el real olor de los trozos de tela que me quedarían de ella. Intentó besarme y la aparté, no quería otra treta, además no había luna que me distrajese.
- Me voy a ir, sí, no sé adonde, pero me voy a ir- le dije con todo de padre enojado- y sin vos, no quiero verte, ni a ninguno de ustedes. Andáte, dejáme en paz. Ella se quedó a pocos centímetros de mí con la mirada mojada y perdida, se le agitaba un poco el pecho entre sollozos, casi sin darse cuenta de su postura exhibicionista y lasciva, con las piernas abiertas y la pollera corta.
“…Se apoltronó un poco más en el sillón. Nunca se había sentando en un lugar así. No debía pasar mucho tiempo hasta que desatara el incendio, pensó que sospecharían de otro modo. Los leños en la chimenea comenzaban a consumirse y empezaría a hacer frío…”
Me detuve y miré a Luisa. Seguía llorando, ahora tenía la cara entre las palmas de sus manos y se ceñía su campera al cuerpo con los codos. Sentí un poco de pena por ella, casi hasta olvidar su facilidad para acariciar la entrepierna de otros hombres y robarme el dinero que escondía en los pliegues del colchón que ahora se congelaba en la montaña de trastos que bloqueaba la vereda de enfrente.
“…Poco a poco fue quedándose dormido. Le pesaron los ojos y las piernas, se estiró sobre
el sillón de cuero y se reclinó un poco más…”
La birome comenzaba a fallarme, me detuve un instante y la agité, luego intenté calentar la bolilla de la misma con mi aliento. Luisa se había quedado dormida entre llantos, tenía la cabeza echada sobre su pecho y respiraba con dificultad. Sólo dormida uno podía atinar la escasa edad que ostentaba. Allí su cara tenía un rictus menos apagado y sus manos se cerraban delicadamente. Las cinco y cinco. Faltaba una hora para el amanecer, todos se habían quedado dormidos.
Tomé la petaca de mi bolsillo y eché un trago de ginebra, para despertarme y para pasar el frío. Me levanté con pereza y, escabulléndome entre las pertenencias que moraban en la vereda, me metí en la casa que nos habían quitado. Subí la escalera, con cuidado, el eco era terrible, y entré en el que había sido mi cuarto. En las puertas del placard aún quedaban tallados los extractos de Rimbaud que le había recitado a Luisa, y dentro de él estaba todo el dinero que había recaudado en mis años de pillería y hurtos. No era mucho, pero era lo que quedaba. Abrí un postigo y me senté a concluir mi relato: “…terminó por dormirse. Soñaba con las cosas que su madre podría hacer con el dinero, luego con su casa en el futuro, una mujer negra a su lado y mucho niños correteando por una granja en Brasil. El sueño se volvía más y más profundo, lo hundía. Se reclinó un poco más, las patas delanteras del sillón se habían despegado del suelo.Una chispa se escapo de entre los leños ardientes, cayó sobre el kerosén sin llegar a encenderse…” la luz se hacía más vívida, ya era luz de día, escuché unos coches rodar en la avenida. Bajé y salí.

Crucé la calle y me apoyé en la pared junto a Luisa, le besé la nuca y continué “…El sillón se inclinó, cada vez más lejos de su postura normal. Adán distribuía su peso de manera cada vez más dispareja. Finalmente el respaldo del asiento tocó el suelo, la cabeza del asesino dio un golpe y tronido contra el mármol, dejando escapar un hilo de sangre que se mezcló con el charco de kerosén…”
- Terminé- me dije a mi mismo en voz alta y casi sin proponermelo. Luisa estaba ahora completamente sobre mi costado. Me levanté con cuidado y la desperté.
Sólo la miré y le hice señas para que se fuera conmigo. Lentamente comenzamos a bajar la calle para el lado del puerto, sin despertar a nadie.

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