viernes, 20 de abril de 2012

Medios

“¿hay algo que asuste más que el infierno? […] Y, sin embargo, la gente hace maldades. El miedo no frena a la gente en todas las cosas…”
Vargas Llosa



-Porque, en definitiva, escucha lo que quiere escuchar…- se detuvo para sorber de su vaso, derramando unas gotas sobre las comisuras de los labios y secándolas delicadamente con su pañuelo- lo demás, lo deja pasar, cae en esa nada de la hoja cortada del calendario, de los días muertos...- allí, como siempre que se lucía ante su novia, se quedaba estática, paladeando esa sensación fresca en la garganta.
El resto de nosotros estábamos absorbidos, sujetos a los movimientos lentos con que ella se acercaba un cigarrillo a la boca, lo encendía y continuaba el relato, dejando salir unas volutas de humo blanco por la nariz.
-Entonces, no me quedaban demasiadas variantes para salir del apuro. Comerme el orgullo, desoír o hacerme la que desoye, o iniciar un combate del que seguro saldría mal parada- la respiración de María regulando como un motor se había acomodado sobre su hombro derecho y hacía resbalar una ventisca sobre su escote. “Estúpida” pensó “se aburrió, es como una nena o un cachorrito, si pierde el centro de atención, se duerme”. Pocas veces había tenido tantas de ganas de llevársela a casa a dormir bajo el cobertor azul y mirarla patalear en sueños.
-¿y qué hiciste?- Mariano, ansioso, en su último hálito antes de una tos estruendosa.
- Me acerqué a la cara de Ramírez, casi hasta chocarme, con cara de furia galopante- las pausas de su relato era tan estratégicas como predecible para sus interlocutores- dejé salir el aire y me dí vuelta- dijo acariciando a escondidas el muslo de María.
El relato causo sorpresa y risas generalizadas, nadie podía entender estas actitudes temerarias pero correctas. El comentario generalizado era que María la había ablandado ¿Cómo explicar si no su comportamiento? ¿Quién no recordaba sus proezas destructivas en las huelgas o en el colegio de las monjas?


A la derecha en La Rioja, media cuadra, la escalera de mármol, abrir la reja azul y la puerta de madera oscura. Sentir como el saco de lana resbala sobre el barniz seco, descascarándolo un poco más y escuchar la bronca de tía Celia, en ausencia, en el crujido de las hojas de tilo secas que se meten con el viento. “Ah, la deliciosa rutina de Marzo” dejó caer todo lo que llevaba encima sobre la cama, extasiada por el sol tibio de las diez, por el olor a limón que reinaba en el piso, por el sonido casi apagado de la radio. Luego de desayunarle las galletitas a la tía, encendió un cigarrillo y se recostó en el sillón del comedor, la voz del locutor anunciaba ahora los caballos que correría esa tarde en Palermo, San Isidro o La Plata ...¿acaso importaba? Por la puerta entreabierta de la pieza, justo en el ángulo en que se había sentado, se veía el cobertor azul, tensamente tendido sobre la cama. Pero María no estaba.


-Nunca se supo bien como fue la cosa- me dijo esa vez el negro Silva- vos viste como era la vieja esa podrida. Y encima lo de María era inconcebible para ella- ya era octubre o algo así, yo estaba de paso por El Hipopótamo y lo crucé. María estaba hace una mes viviendo conmigo…- La cuestión es que, parece que Andrea se cansó de aguantarla y de golpe y porrazo la vieja apareció fiambre. Se había caído, en teoría, por la escalera esa de mármol que tenía en la casa ¿viste? Y plaf, chau vieja, Andrea con casa y María- siempre las onomatopeyas, pensé- pero después no supe más nada, de hecho esto me lo contó casi en confidencia Toti ¿Sabías algo vos?- yo estaba con la vista perdida en un coche que iba pegado a un colectivo, casi chocando, contesté sin compromiso que algo sabía, pagué el café y salí.


- Pero ¿y entonces? ¿no ves que ahora podemos estar tranquilas? ¿no ves que ya podemos vivir juntas? ¿qué más tengo que hacer?- la voz de Andrea era tranquila, casi arrulladora. Mal signo. María se recogía el pelo y la miraba como extrañada- A mí me gustaba cuando hablabas poéticamente y me dejabas dormir en tu regazo. Matar viejitas no te da mucho sex appeal que digamos…- y agregó resoplando- Por favor, salí, andate, dejame en paz. Ya no quiero nada con vos- y se levantó de la silla, empujándola a la puerta de salida del departamento, sin darle chance de nada. Yo había escuchado la conversación desde lejos, casi asustado, me escondí en las escaleras del segundo piso.


Osvaldo Martínez, como cada mañana en el estudio de Radio Nacional, se tomó el café y se aclaró la voz. Bromeó con el operador sobre el partido de Racing del jueves y acomodó milimétricamente cada anuncio y letras que tenía para esa mañana. La luz roja se encendió y dijo suavemente: “Bueno, queridos oyentes, estamos aquí con nuestro cronista policial Armando Maisterra. Hoy con la noticia, Armando, de una novedad en el crimen del periódico El Mensajero ¿esto es cierto?” y su grueso colega del otro lado del teléfono “Sí, claro, en primer lugar buenos días Osvaldo. La novedad es que se encontró occisa a la supuesta asesina del editor Rubén Ramírez, a la fotógrafa Andrea Mulertea. Aparentemente habría ingerido gran cantidad de pastillas y fallecido durmiendo en su hogar…”


Apagué la radio, por suerte María dormía, me levanté sin despertarla y me senté en la cocina con una taza de café y El Mensajero. Tenía una banda negra cruzada en el vértice izquierdo de la tapa. Pinté el triángulo que formaba con la birome azul y lo abrí, esperando que hubiese crucigrama.

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