jueves, 7 de abril de 2016

24+1


La princesa rolinga
quedóse
dormida.
De su boca de fresa
una gota de baba
viajaba.

De su infausto destino
ella no sabía,
pues su corta porfía
al final descendía,
como lluvia palpable
al ajado regazo
del anciano invidente
que a su lado la oía.

Ni la luz de la tarde
que los rieles gastaba
esa paz alteraba.
La princesa rolinga
de los negros cabellos,
de las largas pestañas,
con ojera de tiempo
y en el éter de sueños,
dormía.

En el haz
que cortaba
la corriente de baba
se imprimió
tal silencio
que mirándola,
tonto,
antes que despertara,
algo me decía
que la tristeza
un encanto olvidado
escondía.

No la olvidaría.

La princesa rolinga
entretanto

dormía.