viernes, 8 de julio de 2016

El triste retrato del Profesor Gifford

"¿Para qué repetir los errores antiguos 
habiendo tantos errores nuevos que cometer?"
Bertrand Russell



-¿Así que estudiás semiótica?- inquirió, incisivo e imprudente Rubén. La muchacha de ojos claros, dejó entrever un "sí" entre sus labios y yo empecé a sentir como una amenaza de tedio, otra de sus anécdotas. La resignación y el morbo de verlo ridiculizarse me ganaron. Me bebí el final de mi copa y entrecerré los ojos como quien siente el viento en la cara.

Rubén se acomodó los lentes y carraspeó, siempre intentando generar una intriga que estaba entre la total falacia o la auténtica estupidez.
-Imagino que conocés la obra de William Gifford- dió por sentado, ella, asintió con entusiasmo- Yo trabajo como fotógrafo para una editorial, el trabajo es bastante aburrido...pero paga bien- Rubén era puro intento de seducción, la mesa, alcoholizada y dormida, sólo exhibía débiles asentimientos. 
La muchacha (cuyo nombre, afortunadamente, escapa a mi memoria) se mostraba tímida, pero interesada. Sus silencios y sutiles gestos parecían empujar a su interlocutor a continuar.
-Me mandan a cubrir conferencias, presentaciones de libros y cosas por el estilo, un embole- decía la voz de Rubén aclarada por la cerveza- siempre podés dar con algo interesante o que conocés, pero por lo general es fotografiar a viejas chetas decadentes o escritores sin más mérito que las influencias que pasaron por sus camas- ella dejó escapar una risa levísima, él iba tomando una confianza odiosa.
-La cuestión es que me enviaron a cubrir la conferencia de Gifford en la Cumbre Latinoamericana de Lingüística en Montevideo, anteayer. Para mí, era un trabajo más, pero casualmente había visto algunos videos del tipo en internet y decidí poner atención a su conferencia, casi que la esperé. La temática parecía interesante "Las nuevas formas de representación visual en el contexto virtual". Sin saber demasiado, me metí- se traducía en las cejas de Rubén el íntimo placer de la exitosa planificación- el tipo es como una especie de duende irlandés, colorado, petiso y mala onda- ella se reía y el se sentía Maradona- y se ve que ya había llegado enojado de antes, tenía cara de mal dormido y unas tremendas ojeras. El tipo se sentó y esperó todo el ceremonial. Una uruguaya lo presentó, nos honra su presencia, todo eso. Él, nada, la misma cara de traste.

Se detuvo a beber y se despidió de dos de nuestros compañeros de mesa, que ebrios pero con tacto se retiraron en un atinado intento de regalarles algo de intimidad. Quedaba apenas junto a mí, Esteban, cuyo existir en esos momentos se disputaba entre el vómito y el sueño. Ella me miró un momento, no supe discernir si era un pedido de que me fuese o que me quedase.
- Arranca la conferencia del petiso, el tipo se pasa diez minutos recomendando libros. Parecía un vendedor. Sin embargo, con eso rompió el hielo. Entonces, al terminar sus sugerencias largó una exposición bastante rabiosa- ella le interrumpió y descubrí que tenía lo que se denomina "voz de pito".
- Él es así, en el documental que hicieron sobre el poder simbólico del mercado, se peleó a piñas con el dueño de una cadena de supermercados- le espetó con aires de defenderlo.
-Está loco- y antes de que pudiera interrumpirle- pero es un capo. 

Ambos sonrieron y Esteban se levantó de su posición de esfinge. Sin decir palabra y pegando contra todo a su paso, se apuró hacia el baño. Los instantes en que Rubén y yo tuvimos una breve y tácita disputa ética fueron eternos. Yo no estaba dispuesto a quedar como el clásico "me llevo al choborra a su casa" y él no estaba dispuesto a cortar su relato. Finalmente, un poco más pálido y con la cara mojada, apareció Esteban. Dejó un billete de cien pesos y  se fue apenas un breve saludo después. No aceptó acompañante y demostró una súbita y tosca sobriedad. Yo, decidido a no cejar en mi esfuerzo por aguar la noche, pedí otra cerveza.

-La cuestión es que empieza su perorata, diciendo que uno de los males que atrofia las mentes es el culto al punto gif. Según decía y tiraba unos datos de la neurociencia, el hábito adquirido de ver una imagen repetida que apenas necesitaba procesarse por el cerebro generaba algo así como una menor capacidad de entender imágenes complejas. No entendí mucho más, pero lo loco no es eso- ella lo miró inquisitiva, totalmente absorbida por esa ridícula y vulgar anécdota- lo loco es que el tipo en medio de la conferencia quedó trabado...
- ¿no siguió hablando?- le preguntó con ojos tiernos la muchacha.
-No, tuvo un ataque cerebral, quedó temblando entre dos posturas, repitiendo un gesto- Rubén desatento a la tristeza en el rostro de la muchacha sacó con entusiasmo su cámara de la mochila y la encendió- mirá acá tengo las fotos. Estuve pensando en armar un gif para hacer una instalación homenaje.
-¿estás hablando en serio?- la furia se dibujaba en el rostro de la muchacha.
-Por supuesto, es una bella muestra de ironía, un homenaje ácido, como a él le hubiese gustado- se ufanó como quien regala una gran idea.
-¿Se murió?- ella tenía los ojos vidriosos y los puños apretados.
-Sí, a las pocas horas. Probablemente sea su última foto- volvió a jactarse Rubén. 
-Sos un pelotudo- le disparó la muchacha tomando su campera y yéndose sin más.

Rubén y yo quedamos en silencio en el ruido del bar. Afuera, vimos a la muchacha tomarse un taxi y nos dispusimos a pagar resignados. Rubén hizo alguna observación irónica intentando desprestigiarla. Luego volvió a comentarme el proyecto y yo le dije que era un genio incomprendido.

Al subir al 22, tuve la extraña suerte de viajar sentado. En el asiento delante de mí, dos adolescentes pasadas de copas reían a costilla suelta. No lograba descifrar sus palabras, pero descubrí que miraban la pantalla de un celular. Un niño que paseaba en triciclo se caía una y otra vez del mismo modo. Su rostro desprevenido parecía demostrar una lección nunca aprendida.