sábado, 10 de agosto de 2013

Del ensayo, una breve desventura por las tierras de la autoría



"Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío."
Miguel de Cervantes



Jorge Luis Borges está muerto. Ludwig Van Beethoven también. Sobre sus lápidas herrumbrosas florece irónico el moho del pasado, que crece en el presente y para ellos es futuro. Sobre sus nombres, bajo una brumosa papelería legal, pesa el confort de dudosos herederos. Alegre en el cielo, el inventor de la rueda, se les caga de risa. Cuántos giles- dice- comerían y se recostarían sobre oro por algo que no hicieron. Una presa de pollo se le atora, Borges no lo vé, Beethoven no lo escucha. Protagoniza una nueva muerte en el paraíso.
Aquí, en la tierra, Mikel, extasiado de cannabis y cansancio, busca el solaz de la música que, según él, escuchaba Sir Lancelot en sus horas felices. Pone su video favorito en youtube. Diez Horas de Música Medieval. Algún genio, algún aparato, algún infeliz se tomó el trabajo de buscar imágenes en gugle y pegar sus discos de música medieval , movie maker de por medio, para cargar un video que acumuló poco más de veinticinco reproducciones (el 70% hechas por Mikel).
Borges le comenta al inventor de la rueda que su invento es fascinante y se inscribe en él la lógica infinita y retornable del universo. Él, no le contesta, está morado y apenas esboza unos movimientos espásticos. Beethoven, sigue sin escuchar la charla y castiga un casiotone sin pilas.
Youtube como una barrera cibernética, impone el mayor de los sin sentidos. Una especie de carita triste colorada informa, al pobre Mikel (quien a esta altura hierve de enojo), que por violación a derechos de autor (así, sin más especificaciones) el video ha sido eliminado. Una puteada se pierde en el viento que roza las casas bajas de Adrogué.
Usted, querido lector, dirá “Esto es un montón de frases hiladas sin sentido” y yo tranquilamente podría contestarle, que el devenir de los días, está configurado de una manera similar. Sin embargo, le pido paciencia y que no se apresure a conclusiones como lo hace en la vida.
Imposible dar con esas melodías nuevamente, se lamenta Mikel, la compilación no aclaraba autores, ejecutantes, siquiera origen exacto de la música. Entonces lo vence la flojera de la generación cibernáutica, se deja seducir por un disco de Oscar Peterson y olvida el trago amargo. Pero, como imaginará, avezado lector, yo urdo secretamente un intento de solución. Mando un mensaje al usuario, le solicito cortésmente que me indique de dónde venían esos mágicos sonidos. No me contesta, la fortuna sigue riéndose de mí desde el interior de algún bolillero o una galletita oriental.
Superado el incidente del pollo, previa intervención de Bach que pasaba por allí, el inventor de la rueda, le comenta los pormenores de sus observaciones sobre los derechos de autor (desconoce evidentemente al abogado australiano John Keogh). El músico se irrita al punto de negar la inspiración divina y piensa en cuánto bien le hubieran hecho esas monedas  cuando la escasez se sentaba a su mesa.  Pero entonces, bastaba con chuparle las medias a algún noble con un mínimo atisbo de aprecio por sus acordes. Claro, le dice Borges, ve usted que la historia es infinita y la necedad humana ha permitido que hoy se encarguen de esos fines los monstruos sin rostro de las disqueras. Bach le dedica una sonrisa y se retira airado cuando ve que el escritor no le devuelve la amabilidad.
Aquí, no me lo niegue, ya estamos a pasitos del meollo del asunto.
Comienzo a buscar algún usuario que haya reproducido ese vídeo antes de que se pierda en el sintiempo de la web. Todo parece inútil, hasta que doy con un usuario que me contesta raudamente. Él (lancelot_59) tampoco ha podido dar con ese compendio de música nuevamente, sin embargo,  me comenta, tiene una espada mágica que lo ayudará a encontrarlo y a salvar a su patria. Evidentemente el hombre está orate. Nuevamente, mis esperanzas se desvanecen.
La música viene a mí en un sueño. Estoy en medio de un campo de trigo. Hay una mesa y cuatro sillas, dos de ellas están ocupadas. Me siento. A mi derecha un hombre de armadura intenta sin éxito pasar la bombilla de un mate por los huecos de su casco. A su lado, Borges sonríe. Yo desconfío de ambos, el cielo se ha puesto violeta. Súbitamente, una mujer de largos cabellos aparece, los campos se abren a su paso, la luz angelical que emana nos ciega. Cuando llega a la mesa, resulta ser una mujer bajita con cara de atender una mercería. Lleva un batón con flores y escupe al hablar. –Estimados, les traigo sus pedidos y rájense rápido- de uno de los bolsillos de su batón, saca, como en un acto de magia, una larga espada. El caballero medieval se yergue rápidamente, tirando la mesa con la pava y la yerba, toma la espada y parte corriendo entre los campos, simulando ir a caballo. 
-Es un tarado-se excusa la dama y me mira- vos vas a tener que esperarme un poco más. Borges, aquí lo suyo- del otro bolsillo del batón, saca una esfera rodeada por un halo azul que flota en el aire, es lo más bello que he visto en mi vida. 
-Aquí tiene- le pone la esfera en la mano a Borges- su bendito Aleph, mire todo el universo tranquilo. Borges lo acerca a su cara y lo guarda en su bolsillo. Le agradezco la ironía, dice y se apoya en su bastón, camina lentamente hasta que se pierde de vista entre el amarillo del trigo.
Como salida de la nada, como si fuese  puesta por el montajista de los días, se empiezan a escuchar los acordes de la música medieval. Ojalá estuviese Mikel aquí. 
Ella se suena los mocos con estruendo –así que esto es lo que buscabas- se ríe y se nota que ha perdido uno de sus caninos- no che, no va a poder ser. Tengo arreglado con un poder superior empezar a quedarme con toda la música que no sea en vivo.
-¿Cómo puede hacer eso?- le digo, sin ocultar mi tristeza.
-Son años de ser la inspiración de tantos, en algún momento me quiero retirar, ya estoy pagando un bungalow en el cielo, los de las disqueras ganan plata, yo también. Entendeme un poco, che. Después de todo, la música está en el aire.

Despierto. Mikel duerme, ronca en do menor. Empiezo a grabarlo, sé que algún día podré cobrar por esos sonidos.