viernes, 4 de mayo de 2012

Doméstico (un clásico de los rechazados en concursos)



Lo veía raro, pensaba: tendrá otra. La idea la aterraba. Pero hacía varios días que nada parecía satisfacerlo. Sus palabras eran amables y vacías, como la cabeza de una muñeca de porcelana. Estaba desesperada, había caído incluso en el burdo truco de hacer las cosas que sabía que le desagradaban. Quemaba la comida o no la salaba, dejaba que el desorden se acumulara, hasta pidió prestado a su hermano un pantalón para hacerle creer que había otro. Él, un corderito, no alzaba siquiera su ronca voz. Poco era lo que le pedía y lo hacía con una extraña educación, un “por favor” colosal lo inundaba.

Se sirvió lentamente la cerveza en el pequeño vaso de vidrio, el sonido de la caída fue apagado por el paso de un colectivo. Luego sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su sucia camisa azul y encendió uno- ¿Sabés que pasa, Raúl? Yo creo que ya no me quiere- se llevó el vaso a la boca y sorbió un poco- yo fui muy hijo de puta. Estoy recibiendo lo que merezco, no puedo esperar que me perdone- los dos se miraron. Raúl se paso la mano áspera por la calva que ornaba su cabeza olivácea. Esta vez, no sólo el cansancio invadía sus rostros. No sabía como continuar esa charla incómoda, pero se aferró a lo poco que le quedaba de piedad por su compañero- Mirá- dijo luego de masticar un poco de maní- por ahí, por ahí lo importante sea hablarlo. Cuando tengo un problema con la patrona se soluciona hablando y después reconciliás todo bien, digamos, no sé como será el asunto, pero…- se calló. Mario miraba pasar las prostitutas camino a la esquina, pero más miraba pasar el tiempo, no quería volver a casa. Raúl no sabía que pensar o que hacer- Escuchame ¿querés venir a casa?- no se daba cuenta en que quilombo se estaba metiendo, pero prosiguió, a veces un afecto no nos deja pensar- Total, te pegás un baño, dormís y mañana vamos juntos a la obra…- Mario escuchó y no oyó- No, te agradezco. Hoy voy a poner las cartas sobre la mesa y que sea lo que Dios quiera…- y se acercó al mostrador a pagar la cerveza y saludar al dueño del bar.

-No pienso esperar a que me lo diga- Miriam agitada, juntaba desprolijamente sobre la cama una montaña de ropa- ¿o se cree que estoy para cuando le dé la gana?- miró el moretón oscuro sobre la pierna derecha y sintió pena, hasta añoranza. Kevin, dormía en el cochecito y un hilo de baba recorría su rostro acalorado.- Me voy a lo de mamá y después veré- tomó una pesada y mohosa valija de atrás del placard- no lo quiero ver más, ya está. Afuera el sol se apagaba sobre la zanja y un par de bicicletas cortaban polvo en la calle. Temblorosa y cargada, Miriam dejó su carta sobre la mesa y salió a tomar el colectivo. El viaje era largo y el niño se le resbalaba entre las manos. Estaba entre dormida y despierta y, como movida por un instinto ritual, nunca se relajaba lo suficiente para dejarlo caer. Las manos, una encima de la otra, se deslizaban lentamente, pero nunca llegaba a separarse. Finalmente las cruzó con fuerza, hasta que sus dedos entrelazados formaron un tejido indestructible. Se durmió.

Cuando llegó, estaba dispuesto a ceder todo ante la mujer que amaba, a decirle que a partir de ahora se comportaría como en los últimos días, que la violencia se había esfumado de él. Que la quería demasiado para dejarla ir. Pero luego de pasar la puerta de alambrado no la encontró. Seguramente se había ido a hacer un mandado. Entró en la casa y se sentó a la mesa redonda de aglomerado. La noche había caído sobre el patio pletórico de barro y agua jabonosa. Él fue a su pieza con la intención de cambiarse y encontró un sobre, yaciendo sobre la cama sin frazada. Era la carta de Miriam, se había ido, al parecer pensaba que él la engañaba. Mario estaba furioso y confundido. Destrozó a patadas el placard casi vacío. Luego se recostó sobre la cama y fumó. Miró sus manos aguerridas y ajadas, y pensó en lo inútiles que eran. 

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