martes, 8 de mayo de 2012

Desnudo muy cuidado



Vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente...
Celedonio Flores

Evangelina cierra la puerta y se saca lentamente la campera negra, la arroja sobre una silla. La luz es tenue y amarillenta, se sienta frente al espejo, enciende un juego de lámparas, nace una mucho más blanca y diáfana que marca las imperfecciones de su rostro y hace dos lagunas violáceas de sus ojeras. Apunta el control y el televisor empieza a emitir imágenes sin sonido en la esquina del camarín y solo piensa ponerle volumen si ve su nombre en los titulares del zócalo de la pantalla. Sube la silla neumática frente al espejo y los cosméticos apilados, ahora está a la altura ideal para ser maquillada. Se mira los pechos turgentes y se los acaricia casi con deleite, sabe que son hermosos. Desde el pasillo llega la voz aflautada y gangosa de Jorge, o George como le gusta que lo llamen, que entra escandalosamente a la pequeña habitación.
-¿Cómo estás divina?- le dice el muchacho, besándola sin rozar su pómulo y ruidosamente- Me enteré que anduviste por Tierra Roja anoche- comienza a pasarle un grueso y suave pincel con unos polvos rosados.
-Sí, estuve, medio aburrido, pero me pagaron buena plata- dice quitándole importancia al asunto. Gira levemente el cuello para que Jorge comience a pintar sus ojos, cuando suena su pequeño teléfono móvil. Lee presurosa el mensaje de texto y no lo deja empezar.
-Andá a dar una vuelta que me van a visitar, volvé más tarde- dice sacándose el delantal plástico que le había puesto el maquillador.
-Pero, nena, tenés que estar lista para las ocho…- dice más agudo que nunca, ella lo corta en seco- Dale, andá, por favor- y le toca el hombro fraternalmente.
-Esta al final…cada vez que le pinta un chongo…- se va protestando bajito el pintor de caras.
Ella rápidamente ordena algunas de las cosas de su camarín, liberando el diván rojo, se perfuma el cuello y se ordena con los dedos rápidamente su cabellera en desorden. Suenan dos golpecitos cortos en la puerta del camarín, ella abre.
Entra un muchacho joven, con anteojos negros, no muy alto. Ella lo besa apenas y lo toma de la cintura. Ambos se sientan en el diván.
-¿Qué te pasa? Estás raro ¿Por qué no me hablás?- y le da un beso largísimo, en el que descubre con horror una lengua afilada y femenina, rápidamente se despega del rostro enmarcado en los anteojos. Recibe el chicotazo amargo de un sopapo de la pequeña mano. La muchacha se quita los anteojos y lanza una serie de improperios. Ella todavía sigue aturdida, pero sabe perfectamente que es la novia del muchacho al que esperaba, casi una emboscada el maldito mensaje. Está en el suelo y no encuentra nada contundente para golpearla. Cae inesperadamente en un sopor y la oscuridad gana sus ojos.

-Dale, nena, abrí que falta una hora y ni empezamos- el maquillador golpea con fuerza la puerta y se toma la frente con una mano- ¡Ay, esta me va a volver loco! Bueno, entro, no me importa- abre, lanzando un viento por todo el camarín que sacude las fotos y las plumas. En el diván, Evangelina llora catatónicamente, su rostro tiene una serie de cicatrices y tiene algunos golpes sobre los brazos. Jorge entra corriendo y lentamente comienza a limpiarle con un algodón humedecido en perfume a falta de alcohol, le habla al oído con cariño, consolándola.
A los gritos pide ayuda, se acercan algunos compañero de elenco y el dueño del teatro que entra y cierra la puerta- ¿Qué es este escándalo, Jorge?- dice ahogándose y con la cara regordeta enrojecida- ¿qué le pasó?
-No sé, le dice, la encontré así- dice y la levanta suavemente desde la cintura hasta sentarla. Se lee en su frente claro y en rectas letras “PUTA”. El dueño del teatro se pasa apenas el dorso de la mano por la frente húmeda –Nadie vio nada, no sé quién le pudo haber hecho esto…- deja escapar, llorando a moco tendido y abrazándola cada vez más fuerte.
El hombre gordo se acomoda el traje y le dice- Quédate acá, que no entre nadie. Ya te mando un médico, por nada del mundo cuentes de esto- apenas asiente Jorge entre lágrimas. La puerta se cierra detrás del la corbata roja del dueño del teatro, que se limita a echar a todos diciendo que no pasó nada.
-Ahora, no soy nada, no soy nada, Yorsh, no soy nada- gime recién despierta y sollozando- miráme…- le grita y el corre la cara humedecida, su vista se pierde en el televisor donde un hombre joven habla efusivamente sin que se escuche nada.

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