jueves, 6 de diciembre de 2018

Un perfecto imbécil




"Este es el primer precepto de la amistad: 
Pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos."
Cicerón



Tito siempre fue más despierto, más avezado que nosotros. Igual, no lo envidiábamos. Es más, nos parecía un poco un mamerto. En los recreos, se la pasaba con las pibas y no sabía jugar a la pelota. Tampoco era bueno en ningún videojuego, más bien, era medio inútil en general. Le iba muy bien en la escuela y nos ayudaba a los burros, por eso nadie lo maltrataba demasiado. Todos habíamos precisado de él...y hasta en más de una ocasión lo defendimos de los pibes de séptimo que bajaban a pegarle. Pero ninguno era muy amigo suyo.

La única que siempre lo tenía cerca era Paulita.
Mientras nosotros seguíamos en la pavada de juntar figuritas, él se la pasaba a su lado, en una dudosa condición de amigos. Más bien, toda su actitud hacia las chicas del curso resultaba un poco repugnante a nuestro infantiles ojos. Algunos, meando totalmente fuera del tarro, lo creíamos un poco amanerado.

Comprendimos nuestra idiotez a los trece. Cuando llegamos al secundario, había más de una que estaba atrás de él. Escribía canciones, poemas, todas esas cosas que sólo le funcionan algunos. Seguía aferrado a Paulita, inexplicablemente. Digo inexplicablemente, porque Paulita había salido con más de un gilún, delante de sus narices y él acataba con resignación. Era su amigo, estaba esa zona neutra que nadie quiere habitar. La mirada inocente de la amistad infantil de Tito trocó progresivamente hacia un tono de caliente decepción.

Un día, dejaron de sentarse juntos.
 El pobre Tito, sólo en el banco, con el corazón roto me dio pena y aproveché un día que nos tomaban historia para sentarme con él. En seguida, hicimos buenas migas, era evidente que necesitaba un hombro para llorar. El trato no era malo para ninguno de los dos y rápidamente, la conveniencia se trocó en férrea amistad.
El Oso Jiménez lo quiso trompear un día. Le había encontrado a Paula un poema de puño y letra de Tito. Quiso y lo logró. Nos pegó de lo lindo, aún cuando él apeló a cierto honor y yo a buscar una salida racional al entrevero. Volvíamos en el 506 con las caras hinchadas y se me dió por preguntarle la razón de cometer semejante estupidez, habiendo tantas que anhelaban andar con él. Me miró, me dijo que simplemente estaba enamorado de ella y dio el tema por terminado.

Al poco tiempo, Paula se separó del Oso y empezó a juntarse con nosotros. Tito estaba radiante por volver a tenerla cerca, aún cuando le había marcada su condición de amigo. A mí no me caía mal, pero sabía que el tema era espinoso. Empezamos a salir los tres juntos, muy a mi pesar, porque me sentía un jueves, un mal tercio, la tercera rueda inútil de su relación. Ambos insistían en sumarme a cada salida. A Paula se le había dado por la música y automáticamente Tito se compró una guitarra y una armónica y empezó a tocar.
Varias veces nos encontramos en esas primera borracheras juveniles. Tito desgranaba, para nuestra incomodidad, canciones románticas (claramente para ella). Paula se hacía la tonta siempre, más bien reía neutralemente de mis pavadas. Pronto, Tito empezó a enojarse sin motivo.
Una noche, íbamos a ir al cine y él no se presentó aludiendo razones inverosímiles. A mí no me gustó nada, Paula no era mi amiga y me incomodaba estar sólo con ella. Pasamos el viaje en silencio, apenas interrumpido por alusiones a nuestro amigo.
Ya en la oscuridad del cine, ella se me arrimó y me acarició la cara. El resto es simplemente el detalle innecesario de una traición.  Fuimos presos de la hormona, pensé… pero en el fondo me sentí el más rastrero del planeta. Un rata.
Tito, de algún modo, se enteró de todo. No me habló toda una semana, hasta que me decidí a ir a su casa. Cuando llegué…. Estaba tocando un tango hermoso en su armónica, era increíble lo rápido que aprendía. Yo no hice más que quedarme en su puerta escuchándolo como hechizado hasta que terminó. Cuando toqué el timbre, él me abrió como si nada y me hizo pasar.
Después de una breve charla, extrañamente él me perdonó. Se fue a hacer unos mates y encontré en su escritorio una pila de papeles.
 Eran decenas de cartas en borrador, todas para Paula. Una más bella que la otra.Debajo de un cuaderno rojo,  había un sobre con la letra de Paula. No resistí y lo abrí. Era una carta malísima de Paula. No sólo era pésima por su redacción y ortografía, además era de un cinismo absoluto. Le había contado la secuencia del cine y cerraba la carta diciendo que a ella nunca le gustaría Tito, porque a él no le gustaba el punk.

Escuché a Tito venir y escondí la carta rápidamente. Mientras me cebaba el primer, me dijo con orgullo que se acababa de comprar un disco de The clash.

Le dije sin más, que me parecía un perfecto imbécil.

Nunca más hablamos, creo que se casó con Paula apenas terminado el secundario.

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