martes, 21 de mayo de 2013

Alejandro de Macedonia vuelve a visitar el Ganges

...tu perfume de abril
se esfumó sin querer...
Eladia Blázquez




Nishimoto no se cansaba de cuestionármelo. Algo de razón tenía, pero de todos modos, yo no podía dejarlo atrás. En otros casos, era más sencillo, el anhelo, la derrota previa al dicho o posterior al mismo...esto era distinto.
Todavía no me explico como fue que empezó...si fue mera casualidad, sí recuerdo con claridad el momento. Panazzari explicando el estructuralismo en la crítica literaria, esos marzo iniciáticos y terribles que surcan los salones con entusiasmo y vehemencia. La ví. No se podía decir más que eso...ahora bien, sería lo contrario de lo que ví...para ser más claros, ella era todo lo contrario a lo que uno pensaría...con el tiempo esto era banal. La cuestión era esa, conseguir sacarla de ese castillo de mutismo. Darle voz.
Las primeras semanas, el saludo normal, esa cosa rutinaria, hacer de la repetición y la costumbre un sentimiento de simpatía, un plan absurdo, pero no menos efectivo. Victoria insistía en que me acercase, derramaba el café con leche en las mesas de la bronca, me decía que sólo fuese con confianza hacia ella. Era evidente, en el más íntimo de los fueros de mi amiga sabía perfectamente que eso no pasaría...pero hacía el ritual de la confianza, acto cariñoso, reiterado e inocuo que salía de su corazón y eso no se podía cuestionar.
La tarde en que se lo confié, Nishimoto, se río con asma y cerrando sus ínfimos ojos orientales. Sin embargo, me dijo que persistiera, no estaba de más.
Lo que no pudieron los esfuerzos animosos de mis amigos, lo pudo (como usualmente sucede) el azar. Una tarde de esas de en que la inocencia juvenil me llevó a Puán a pesar de la huelga, me descubrí sólo, en un aula amplia y fría junto a ella y quizás por el disgusto de descubrirnos a ambos al pedo, ella me invitó a un comunista y soso café del bufet. Allí hablamos trivialidades y un conjunto de ridículas ambiciones académicas. Se río un par de veces y finalmente, me atreví a algún cumplido.
Los meses subsiguientes, el otoño gris y lleno de ruido de Buenos Aires, cobijó lo que parecía otro de mis idilios platónicos. Largas acompañadas al bondi, algunos discos, algún arrime en el subte A que no pasaba de parecer casual. Su perfume inundaba la ciudad a cada segundo, desde Constitución a la vuelta a casa. Le escribía nimiedades todos los días, hablábamos con asiduidad de Dostoievski, Barthes y nunca se me escapó un comentario sobre los partidos del fin de semana o como Led Zeppelin era una banda sobrevalorada. Todo era paz, armonía...sólo faltaba que nos condujéramos a las bocas, que nos acariciemos...sólo faltaba el gol.
Una noche, una aciaga noche de junio, después de disfrutar de una sesión de winamp cargada de Focus...en medio de la ebriedad, tuve un sueño:  Alejandro Magno cagándoseme de risa, en medio de un boliche de Palermo, comentándole a Maradona que yo era un pechofrío y decidí invitarla a salir, así sin más. Ella contestó con indiferencia que sí y nos citamos romántica, previsible, porteñamente al Tortoni.
El frío apenas me dejaba pensar. Entré y pedí un café, una pareja alemana se mataba a besos en la otra mesa. Tuve un rato de maldecir a los europeos y desear que los árabes los mataran a todos cimitarrazos...entonces entro ella.
Y no era ella. Estaba preciosa, radiante, se había arreglado para mí. Estaba maquillada con gusto y precisión. Su bozo tan visible sobre su piel blanca había desaparecido. Su pelo, habitualmente con aspecto de siesta en el 65 estaba hermosamente recogido.Ya no tenía una de las tres remeras de Nirvana que llevaba constantemente, lucía una camisa planchada y nívea. Se acercó a mí, me miraba con bestial deseo, ya sin sus habituales lentes gruesos y percudidos. Olía a jazmín, a perfume importado, su voz no tenía el habitual tono nasal. Al llegar a mi mesa, le contesté en alemán que yo no era yo y la vi sentarse a esperarme...Terminé mi café frío y pagué la suma exorbitante de dieciocho pesos por él...y pensar que me había arreglado tanto para verla, pensé, tomándome un repleto subte en Diagonal Norte.

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