- La Zully era la
que se pintaba siempre, las uñas y la boca de rojo- inclinó la silla hacia
atrás como acercándose a su mujer que lavaba los platos en el cuarto contiguo-
¿te acordás, vieja? ¿era la Zully?- una voz balbuciente y agotada le respondió
afirmativamente. El viejo se cebó otro mate amargo y mordió un pedazo de pan,
sin terminar de masticar continuó - Ella andaba siempre encerrada en la casa,
pobrecita si también tenía una historia. Dicen que lo del marido la enloqueció.
Andaba como mirando fantasmas y vaya a saber que cosas más.
Yo estaba
aburrido. No quería escuchar otra historia, definitivamente nada deseaba menos
que seguir oyéndolo, pero la tormenta parecía que no iba a atemperar nunca e
incluso que debería pasar la noche allí. Se sacudió unas migas del bigote
mientras me daba el prólogo de lo que sería la historia de las Iñiguez. Me
resigné.
-El viejo las
había criado pa` que fueran pillas como él. Había sido hijo de peones y no
quería que las vivieran. Además le servían, él tenía toda la idea de ser
intendente. Le sobraba guita, pero como era un burro, le faltaban contactos.
Mirá que el viejo no era maleducado ni mucho menos, pero era demasiado porfiao
y se pasaba el día con la peonada, controlándola. Yo le conocía bien el patrimonio
porque le ayudaba con los números y el me pagaba la escuela. Tipo porfiado como
pocos- se acercó otro mate cebado a la comisura de los labios- pero no era
malo, le picaba poder mandar cada vez a más.- succionó ruidosamente la
bombilla- Y en eso las hijas le había salido bonitas a la madre, que se fue
cuando nació la Zully. Las hermanas la culpaban de la muerte, la Zully era
linda, tal vez no la más linda, pero de buen corazón ¿vió? Incapaz de hacerle
mal a nadie. Pero las tres mayores eran malos bichos, después ellas mismas lo
mostraron.
Miré por la
ventana mientras mi relator se distrajo en ir a buscar agua para el mate, el
aguacero parecía más rabioso todavía. Se sacudía además el pasto con el viento,
una especie de huracán que levantaba tierra y traía agua. La entrada del rancho
estaba cubierta de un fango que tardaría varios días en secarse,
definitivamente ahora tenía que rendirme a escuchar un rato más la historia.
Rodolfo volvió con más agua y trajo consigo a su mujer para que cebe. Ella se
sentó a la mesa y antes de comenzar nada, emprolijó el mantel, intentaba dar
siempre una apariencia menos rústica, pero las manchas de grasa sobre el
estampado floreado no la ayudaba- Ellas eran malas- dijo la mujer, aprovechando
el silencio de su marido encendiendo la pipa- todos lo sabían, una quiso
tentarlo al padre Andrés, eso se dijo. Y bueno, lo de los maridos…- el suyo la
interrumpió sin violencia, casi como por no alterar el orden natural- Claro, el
viejo necesitaba contacto con la otra familia que manejaba los campos por acá.
Los Álzaga tenían varios tambos y eran siempre amigos del intendente. Eran
gente con otro roce, andaban por la Capital, los hijos andaban por Francia y
hasta alguno en el ejército. Iñiguez, que se moría de ganas de conseguir la intendencia,
se avivó de que si las casaba a los hijos con los hijos de ellos, se le podía
dar. Y si la pegaba, salía como chancho e` los maizales. Entonces empezó a ir
de los Álzaga, le llevaba flores a la vieja y tomaba el vermú con el padre.
Mandó a las hijas unos meses a la capital a un internado a que aprendieran las
maneras de las damitas educadas- interrumpió, sorbió el mate. Su mujer me
ofrece algo de comer y mientras le rechazo agradecidamente, mira por la
ventana.- Che Viejo, mejor le armo la cama que era del Julián…-yo estaba por
empezar a negarme- mirá como está la sudestada. El hombre asintió con la cabeza
y me dijo- Mejor se queda Efraín, no va a poder salir en coche y si sale a
caballo se va a engripar. Le armamos un cuartito y cuando pare sale para el
pueblo- me miró acariciándose la barba tupida y blanca. Me limité a asentir con
la cabeza y dejar un “sí, así es mejor” entre dientes. Estaba absolutamente
ahogado por la situación y además todavía parecía quedar un buen tramo de
relato. Sorbí el mate y se lo devolví.
-¿Dónde
andábamos?...ah, en lo del viejo. Cuando las chicas volvieron de Buenos Aires,
ya tenían el casorio armado y toda la fiesta casi lista. Las cuatro de Iñiguez
y los cuatro mayores de Álzaga. Se corrió la bola. Si hasta se estaba
repintando la Iglesia y llenaron la plaza del pueblo de rosales. Dicen que el
viejo no dormía para preparar todo el festejo, a mí me había dado libre hasta
pasada la luna del miel. Las tres hijas mayores estaban enojadísimas, se la
pasaban de llanto y rabieta, partieron jarrones al por mayor hasta que Iñiguez
las puso en su lugar. Zully era la única que no había dicho nada, siempre era
obediente y el viejo la quería por eso- se rascó el mentón y chupó largamente
la calabaza hasta hacer el chirrido caraterístico. La cebó y me la pasó,
encendió una vez más el tabaco.
La lluvia no
cesaba y la dueña de casa se sentaba nuevamente junto a nosotros, había dejado
el cuarto listo para mí y calentaba una bañera de agua para cuando yo quisiera.
- ¿te acordás
vieja del casorio de las Iñiguez?- dijo casi como instándola a que largue
lengua y me condene a un rato más de lata, y ella:- Sí, usté no se imagina,
todo el pueblo iba. La peonada por un lao y los familiares por el otro. Dicen
que había asao para dos mil, yo no sé si era tan así, pero había mucha comida y
vino. Las viera, que bonitas a las hijas, todas de blanco, con el tocado de
jazmines. Y ellos también, eh, el mayor
con el uniforme de la marina, muy elegante todo. Con Jacinta decíamos que iba a
durar dos días el festejo, pero se comentaba lo de las chicas, digo, que
estaban malas con el tema- el viejo cruzó el brazo para devolverle el mate y
acallarla, tomó la posta del relato. Yo no podía dejar de pensar en que debía
estar en casa durmiendo.- Decían que habían ido a ver a una bruja, que la
criada de ellas les había llevado a las mayores, para que no durara. La cosa es
que la única que estaba contenta era la Zully. Ella se había enamorado de su
marido, lo quería y estaba muy contenta, como que había apagado un poco todo
ese odio de las hermanas. La fiesta pasó sin quilombos, algún borracho cruzao,
algún desubicado con las mujeres, lo de todos los casorios.- el viejo mandó a
la mujer a calentar el mate y vació la pipa, se zampó un pedazo más de pan-
Pero, lo que empieza mal, termina mal. Dicen que la noche de bodas las mayores
los evenenaron, otros dicen que la bruja les hizo un hechizo terrible. La cosa
es que amanecieron los tres mayores muertos. Se cuenta que olían a podrido y
que el viejo Iñiguez contaba que tenían la cara trabada en una sonrisa como
estirada, como agarrada con ganchos. Las pibas aparecieron llorando, se
planeaba el velorio, el cura Andrés iba y venía de acá para allá, que levando
un rosario, que rezando por alguien, que consolando a las viudas.
Un postigón de
las ventanas se abrió de golpe y el viento empujo la ventana hacia adentro.
Flameó mientras el viejo le gritaba a su esposa que viniera a cerrarla. Llegó
corriendo con la pava y el mate. Cerró todo. Obviamente, el tiempo no mejoraba,
se reía de mí. El relato prosiguió, no sin hacer una nota al pie acerca de lo
raro que era el asunto que justo cuando hablábamos se abría la ventana, “cosa
e` mandinga” decía la mujer.
-La cosa es que…-
interrumpió para estornudar sonoramente y sonarse la nariz con un pañuelo
mugroso, por ahí, pensé, la bruja me había agarrado a mí también-cuando se supo
todo el asunto se hicieron las exequias, se dijo que habían muerto del corazón.
Los enterraron, se armó inquina entre familias, a las pibas las mandaron lejos
(la verdá ni se sabe a donde). El viejo Iñiguez se puso más duro que nunca con
la peonada y quedaba nada más que la Zully con él en casa- se llevó a la boca
el último pedazo de pan que había sobre la mesa y mientras lo masticaba, su
mujer me recordó la tina de agua de la que dispondría antes de acostarme-
Bueno, entonces…- masculló mientras terminaba el pan- no va que, para desgracia
de Zully, al marido lo llaman del ejército para un juicio marcial. Parece que
había puenteado a un milico con unas compras o algo así, lo mandaron a una base
en Jujuy. El viejo le pidió a Zully que se quede con él, que no viaje. Ella se
quedó, pero andaba muy mal, parece que lo lloraba al marido, que encima el
viejo estaba cada vez peor.
Entró el perro de
la casa, se me abalanzó cariñosamente. El animal estaba mojado, tenía las patas
embarradas y babeaba demasiado, además tenía ese aspecto de cuzco campestre que
tanto me desagradaba. El dueño me lo sacó que encima, pero ya su pata derecha
había marcado con barro mi camisa para siempre. Maldije el día en que ese
cánido desgraciado había nacido. Supuse que notaron mi desagrado cuando con
dolor lo mandaron al patio a mojarse.
-Disculpe, pasa
que no viene mucha gente por acá- “¿quién querrá escuchar sus historias”pensé y
asentí con la cabeza con una seña de “no hay problema”- bueno, entonces, el
viejo se había puesto insufrible, parece que le pegaba a los peones y la
maltrataba a la hija, estaba rayado. La cosa es que encima de todo, parece que
el marido de ella, se había juntado con una mujer allá en Jujuy (piense que
habían pasado como seis meses). Cuando se enteró se encerró en el cuarto
durante días, no comía, no tomaba y esto terminaba de volver loco a Iñiguez- se
escuchaba el ladrido y los aullidos lastimeros del perro mojándose desconsoladamente,
pensé en decirle que lo meta nuevamente en la casa durante dos segundos- En uno
de esos ataques, un peón lo acuchilló y murió. Se quedó frío. Igual siempre se
dijo que era una venganza de los Álzaga. El peón fue preso y tuvieron que sacar
a la Zully del cuarto. Dicen que apenas podía caminar del hambre y que no podía
ni hablar. La tuvieron internada unos días y recuperó el peso, se puso más o
menos en pie. Siempre lloraba, lloraba y se sentaba en la puerta del casco de
la estancia, se pintaba las uñas, una y otra vez, de rojo- mandó a su mujer a
la cama y se estiró largamente dejando escapar un sonido de huesos chocándose y
un bostezo- está loca, yo creo. Bueno cuando lo disponga se puede ir a dormir
¿se le ofrece algo? ¿algo de comer?¿una copita?- yo lo miré con ojos que deben
haber sido hirientes y pensé “un final para su historia”.
Esa misma noche
huí a caballo, dejando una carta excusándome, irónicamente en tinta roja.
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