Pobre Juan,
que puede ver su cara y nada más
que puede ver su cara y nada más
Pappo
La certeza.
Un monolito firme en el desierto de la realidad.
Horas desandadas en el lógico cultivo de la Razón.
El circuito de palabras que la compone:laberinto conocido, oculto a los tontos ojos de su dueño.
La certeza persiste, terca.
Suena a metal templado.
Es una espada, su supuesto filo nos garantiza la seguridad de lo correcto.
Su punta roma parece aguda y precisa al tacto.
La certeza, impertérrita y constante.
Detrás de las orejas y en perpetuo canto.
Oliendo a victoria, a destino exitoso, a viaje memorable.
La concatenación hipotética: sumatoria fría y aséptica que en azul combustión calienta el roce de los pies en el camino.
La certeza, vieja y desdentada, se ríe.
Nos mira y sus encías gomosas colisionan con espamos alegres.
A costilla de nuestra mente,
a costilla del futuro,
a costilla de los frutos podridos,
a costilla suelta,
ríe.
Y se desvanece,
sin dejar la sonrisa,
cuando nosotros
paspados y agotados
descubrimos su irrealidad.
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