A la justificada
rabia de mi amiga justiciera.
“El resentimiento es
como tomar veneno y esperar que otro muera”
Anónimo popular.
Al llegar al puerto en misión diplomática poco conocía yo de
la ciudad. Apenas algunas referencias de un fálico monumento que orna el centro
y de su costumbre de ingerir bovinos sin refreno alguno. Mis camaradas me
habían advertido sobre las ambiciones de sentirse cercanos a la burguesa
refinación de París y elegir vivir reglados por la ley de la jungla, lo que
constituía un doble absurdo ideológico, estando en la bella Sudamérica.
Apenas caminados algunos metros en la ciudad, noté lo
irascible y racistas que eran sus habitantes, los gorilas, trajeados de muchos
modos, no temían en exponer los más ridículos anatemas contra todo el reino
animal sin concebirse dentro de él. Algún azaroso e improvisado giro del
destino les había dado además, la posibilidad de conducir vehículos de
combustión interna que, lejos de acercarlos a la razón, los sumía en todas las variantes
del desenfreno animal.
Algunos ululando por las ventanillas, otros ciegos de cualquier semejante y otros amontonados en orgiásticos envasados de transporte, todos a su modo, parecían reducidos al primitivo dominio de un dios, casi como vulgares hombres. Afortunadamente, allí, como en el resto del mundo, sobra el concilio ecuménico entorno al Dinero, con lo cual sus modos y costumbres eran perfectamente maleables a su capricho.
Algunos ululando por las ventanillas, otros ciegos de cualquier semejante y otros amontonados en orgiásticos envasados de transporte, todos a su modo, parecían reducidos al primitivo dominio de un dios, casi como vulgares hombres. Afortunadamente, allí, como en el resto del mundo, sobra el concilio ecuménico entorno al Dinero, con lo cual sus modos y costumbres eran perfectamente maleables a su capricho.
Con el objetivo de analizar el panorama político, se me
envió a observar su comportamiento eleccionario. Grande fue mi sorpresa al
descubrir que elegían ser gobernados por una serpiente y muchos roedores. Más
aún, que se consideraban fuera del reino que los albergaba y del que eran una
ínfima parte. Las disposiciones de la serpiente a cargo, una autoridad
eclesiástica del Dinero, se alternaban entre el ridículo y lo vergonzoso. A la
reglamentación del amarillo como color oficial, ajeno e importado, se aunaba la
firme voluntad de mantener todo tipo de esclavitud para los animales de la
ciudad. El ofidio oprobioso, soñaba con el reino que supo mantener algún primate
predecesor en la Orden del Dinero algunos años atrás. El resto del reino, con
excepción de la creciente población de gorilas amarillos, parecía reticente a
tal elección.
En la jornada en cuestión, un domingo otoñal, todos los
animales de la ciudad corrían a las urnas a elegir quienes podían ser sucesores
de la víbora. Por su parte, el Lord Mayor reptil había propuesto a una rata de
escaso pelaje para sucederlo. El candidato tenía serios antecedentes como
caballero de la Orden del Dinero y no prometía más que seguir el mandato de su
mentor. Garantizando más abuso de sus
guardias, reducción de cualquier posibilidad de evolución, abuso de los frutos
de los habitantes y frivolidad ridícula en todas las formas posibles. Los
gorilas, ataviados en múltiples colores y seducidos particularmente por el
amarillo, creían casi seguro su triunfo.
Recuerdo con
exactitud ver un gran parque teñido, por disposición del Lord, por estrafalaria
iluminación. Desde el suelo y pendiendo de los árboles un elaborado tapiz de
luces eléctricas daba al parque un aire de discoteca. En rigor, con este breve
ejemplo, se coagulaba la metáfora exacta de las elecciones de los gorilas: en
el contorno y el interior de la plaza reinaba un paisaje post apocalíptico.
Muchos animales permanecían inmóviles poseídos por la miseria, mientras otros
se entregaban a vulgares placeres que los reducían casi a humanos y de los
peores.
Esa misma noche, el triunfo de la Orden fue celebrado por
los seguidores del ofidio en un festejo teñido de plásticos globos y músicas
alusivas. Nunca comprenderé a estos animales- pensé, casi abordando la nave de
vuelta, intentando componer un informe sobre mi visita- que se pintan de un
color ajeno y elijen el peor veneno humano.
Durante la elaboración de la nota para mis superiores, caí
en cuenta de que, mientras casi todos los venenos tienen nombres largos, los
hábiles ayudantes de la Orden habían elegido uno de tres letras.
Tal vez en su
engañosa brevedad residía su eficaz popularidad entre los gorilas.
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