Dos cortos golpes en la persiana baja del
almacén. El hombre se frota las manos y deja salir una voluta de humo mientras
mira que no haya nadie cerca- Soy yo-
dice en voz baja. La portezuela se abre dejando escapar una tenue luz, entra
entonces agachándose incómodamente. En el interior, una mujer regordeta y
escasamente vestida reina junto a un calefactor eléctrico al final del pasillo.
Ha traído un colchón y almohadones. Ella pasa por detrás de él y cierra la
puerta que une el depósito y el mostrador. Le pasa los brazos por la espalda y
besa su oreja- ¿Viste que lindo..? Ahhh,
esperá- detiene su voz endulzada, lo suelta bruscamente y enciende un
velador dispuesto sobre una caja de latas de atún. Sin dejar de mirarlo a
través de la luz roja que emana la bombita, enciende una radio de la que escupe una balada digna del más modesto hotel alojamiento. La cara del hombre se
vuelve severa- Necesito hablar con vos-
dice, avanzando unos pasos hacia el colchón- Esto no puede seguir…La mujer cruza de pie el lecho y lo abraza
rápidamente, disponiéndose luego a quitarle el sobretodo y el saco. Él
permanece inmóvil- ¿Qué no puede seguir,
amor?- le replica con un dejo de fingida inocencia ella, desanudándole la
corbata y depositando cuidadosamente las prendas sobre una silla.
-Sabés
que. Mi mujer sospecha y no puede ser que nos veamos siempre acá, en el almacén
y a dos cuadras de casa. El barrio está lleno de chusmas- el hombre se deja
quitar la camisa y empieza a sentir el frío del depósito- ¿Me estás escuchando?- se impacienta, la mujer le ha desabrochado el
pantalón y se aparta de él, poniéndose a
buscar afanosamente algo en su bolso, sobre una bolsa gigante de azúcar- Maribel ¿me escuchás? ¿qué buscás ahí?-
casi le grita, al tiempo que termina de desnudarse. Ella asiente y continúa su
búsqueda hasta dar con un paquete rectangular envuelto en papel de fiambrería- Acostate- le ordena al hombre, al ver
sus piernas temblando. Abre las sábanas, él se echa y ella lo cubre y
acomoda unos almohadones bajo su espalda, besa largamente su boca sin
encontrar resistencia. Le acaricia el
mentón y pone el paquete en sus manos- Dale,
abrilo- dice ella quitándose el sostén y metiéndose bajo las mantas junto a
su cuerpo. El hombre abre el paquete y lee en voz alta- “Del arte de cocinar” Bartolomeo Scappi..¿de dónde…?- la mujer le
cierra la boca con un beso corto y le arrebata el libro de las manos. Lo abre
diciendo- Es la edición bilingüe, mirá…-
duda un momento- te puedo leer esto…-
se acerca a su oreja derecha y le muerde suavemente el lóbulo antes de
proseguir- …”Harina,
mantequilla, agua, anchoas, queso rallado, huevos, sal, pimienta..”- - le lee felinamente,
mientras desliza las yemas de sus dedos sobre el pecho desnudo del hombre,
quien asumió que ya nada podrá decir.
“Es muy tarde” piensa “no sé qué inventaré. Por suerte le avisé que comería con ella y me
esperó”. El hombre se ha puesto mal las medias y siente frío. Chequea
rápida y confusamente que su ropa esté prolija. Ni el hecho de haber perdido un
gemelo lo preocupa del todo. A unos metros de su casa, ve llegar la moto del
delivery, una vez más y empieza a extrañar las baladas.
Muy bueno...
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