-Llená este formulario y me lo entregás, después te van
llamando- me dijo sin mirar la chica de la recepción. La oficina era uno de
esos lugares que apestan a “estética corporativa”. Paredes y muebles a tono con
los dos colores del logo de la consultora, un bidón de agua sobre un surtidor y
afiches con consignas vacías hablando de lo buenos que son puestos en esos marcos que sólo son una lámina de vidrio.
Luego de entregarle la ficha, la cual por cierto recibió sin
el menor atisbo de humanidad, me senté y me dispuse a que me robasen esos minutos
que suelen robarte impunemente. Junto a mí un muchacho mejor vestido que yo
jugaba con un celular modernoso, en el sillón de enfrente una muchacha con cara
de estreñimiento tenía la vista perdida hacia adelante.
Primero lo llamaron a él. Se levantó con paso firme y seguro
y avanzó hacia la mano estirada de la entrevistadora, una rubia de esas que
vivirán eternamente en un colegio privado. La puerta de madera se cerró detrás
de ellos.
A decir verdad, después de levantar la vista y mirar un
poco, la oficina era bastante pequeña. Apenas la recepción, una oficina más
grande con cubículos, separada por un gran ventanal, casi como una pecera para
gente con camisa. Reinaba una especie de murmullo sin variantes, apenas
interrumpido por la voz de la locutora de una radio adolescente. Cuando
empezaba a ponerme tenso, la rubia de escuela privada salió de la oficina con
un montón de papeles y llamó a la otra que esperaba.
Mentalmente, inicié la preparación del discurso, sí, que mis
laburos anteriores, mi fortaleza es que soy un tipo expeditivo y escucho a la
gente, que si tuviera un defecto, no me gusta que las cosas salgan mal y no me
gustan las complicaciones. La muchacha de la recepción empieza a discutir con una operadora de la empresa de su celular, habla como una señora gorda pariente del señor Goldsilver.
La empiezo a odiar. La humedad del exterior empieza a hacer un poco irrespirable
el aire del salón. Siento como lentamente empieza a correrme una línea de sudor
debajo del pulóver…comienzo a lamentar haberme puesto una camisa con una mancha
en la manga y no poder sacármelo.
Cuando mi mente está casi decidida a tomarse el palo, la
rubia sale de la misma puerta. No salió ninguno, debe ser una entrevista
grupal. Me da la mano, entramos a la oficina. Un escritorio y unas carpetas del
colores, una planta y una ventana con la persiana cerrada. No hay otra puerta…
Ella rápidamente me hace las preguntas de rigor y yo
contesto las mentiras acostumbradas, no da mayores certezas sobre el trabajo
para el que estoy postulándome, aduciendo que ella sólo está haciendo las
entrevistas en reemplazo de una compañera enferma. Junto al archivador de
cajones rojos, veo un par de zapatos masculinos y otro femenino. Me
parecen conocidos, pero no puedo perder la atención, la rubia empieza a despedirme
diciéndome que me contactarán para decirme como resultó la búsqueda. Casi le
pregunto por los otros entrevistados, pero me contuve.
Nunca me llamaron.
ja! mierda! juré que piraba al final, pero mantiene la atención de manera muy clave!
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