«Es más fácil engañar a las personas
que convencerlas de que han sido engañadas»
Mark Twain
No podía creer que por fin estuvieran solos juntos. La noche invitaba a cierta proximidad, afuera, la Avenida Córdoba se empapaba más a cada minuto y se podía oír al viento silbar. Eran unos pocos clientes en el pequeño café.
-La perspectiva de los mercados, es siempre difícil de poder corregir, para los grandes capitales, la confianza es sin duda la condición principal para leer a una gestión económica. Y digo gestión económica, porque es un arcaísmo hablar de países…
Mientras hablaba, al profesor Sorensen se le movían levemente unos ralos pelos rubios en la cabeza calva. Él miraba fascinado ese espectáculo, sus palabras lo sumían en una paz inexplicable. Eugenio no sabía si su profesor compartía sus gustos, pero algo le decía que sí.
Después de todo, todos sus compañeros de cátedra se habían retirado y nadie lo había forzado a quedarse.
-No es de sorprender, que en el caso de alcanzar sus metas fiscales, una buena administración pueda recibir, efectivamente, los préstamos que le generen estabilidad a la moneda… pero de todos modos, es siempre motivador que se promueva una mayor flexibilidad al esquema de leyes laborales….
Eugenio ahora lo miraba fijamente, se perdía en el brillo de sus ojos, intentaba cada tanto decir una frase más o menos coherente para seguir escuchándolo. Sorensen parecía un tanto chispeante, ya se habían tomado dos o tres whiskies y estaba un tanto acalorado.
Eugenio balbuceó
-Es lo menos que se puede hacer en estos días.
Sorensen le sonrrío
-Me agrada mucho que entienda, Señor Allievo ...Me agrada mucho usted, Eugenio…¿Puedo llamarle así, verdad?
El estudiante, desarmado por la frase, asintió. Sorensen se aclaró la voz y prosiguió.
-Lo que sucede es que muchas veces, es difícil que el común de la población entienda la importancia que tiene el empresariado en la formación de un circuito de producción...Eugenio ¿Me está escuchando?
El muchacho salió de su mirada de felino esperando y le besó la boca sin más. Sorensen respondió ciertamente tenso, pero se entregó durante un momento a la sensualidad. El gordo de la barra del bar, mandó a que levantaran las sillas.
Cuando separaron sus bocas, se miraron largamente, Sorensen le acarició la mejilla a Eugenio y le dijo
-Creo que deberíamos ir a otro lugar.
Unos minutos, y varias apretadas, después, el coche japonés del Profesor Sorensen se detuvo en la puerta de un edificio lujoso en la Avenida Alvear. Tuvieron que contenerse hasta el ascensor. Los saludaron con elegante cortesía unos vecinos y el portero del edificio, un hombre trigueño y bajito apenas contuvo la sonrisa cómplice.
El espacio estaba deliciosamente decorado. Tapicerías, boisseries y lámparas en un perfecto equilibrio. Sorensen lo recostó en el diván junto a un hogar apagado. Le dijo algo al oído y se encargó de cerrar todas las persianas, dejando el departamento en total penumbra.
Luego, sirvió un whisky para cada uno, al tiempo que se quitó la ropa con lentitud. Eugenio, ya totalmente entregado se desnudó también. El profesor disfrutó viendo con claridad el cuerpo en la penumbra y notó con desagrado, que el joven portaba un crucifijo. Picarescamente, le remarcó, totalmente desnudos...le dijo Sorensen al tiempo que dejaba su reloj suizo en una silla.
Cuando se quitó el crucifijo, sintió que Sorensen voló hasta él… Le besó la mejilla con ternura y él le respondió con un beso igual, pero que fue descendiendo hasta la nuez del estudiante. Se detuvo allí un momento, su lengua acarició la piel de Eugenio que entrecerró los ojos, extasiado. Luego, un dolor sordo y una terrible gravidez, el estudiante sintó que perdía sus fuerzas. Se dejó caer en el sillón y sintió que Sorensen lo acompañaba.
El tapizado blanco lo envolvió. Nunca había tenido una sensación así, pensó maravillado. Abrió los ojos y sólo pudo ver el perfecto cielo raso del departamento. Casi no podía mover el cuello. Apenas bajó la vista, vió boca enrojecida de Sorensen, sus arrugas mermaban, en su cabeza crecía un pelo engominado y negro.
Peor que morir, pensó arrepentido Eugenio, antes de perder el conocimiento, me acabo de comer a Bela Lugosi.